Bruselas
Mas en decadencia por Iñaki Zaragüeta
Ni Moisés, ni Tierra Prometida, ni maná. La mesiánica aventura de Artur Mas parece difuminarse cual espejismo y se vislumbra ya como aventura a ninguna parte. Ni independencia, ni internacionalización, ni mayoría absoluta a nada que se descuide. Su ventaja es que en política, como en la vida real, el tiempo lo cura todo, o casi todo. Como consuelo, le queda el recurso a Esopo y su fábula de la zorra y las uvas «no están maduras», aunque se habrá dejado unas cuantas plumas en la peripecia.
Su intento evangelizador de propagar su «buena nueva» no ha cosechado más que decepción y frustración, un bagaje que ha trasladado ya a amplios sectores de la sociedad catalana, como indica el descenso del sueño secesionista en las encuestas más recientes. En suma, el anhelo de sus visitas a Moscú y Bruselas se tornó en la ilusión de la quijotesca Barataria. Demasiado tiempo perdido para una persona que debería fijar su meta en la eficacia como instrumento para el desarrollo, la superación de la crisis y la solución de las maltrechas cuentas de su Comunidad.
Eso sí, Mas no quiere sacar la cabeza del tiesto, pero muestra «tics» de buscar una salida al laberinto en el que se ha metido. De su patética frase «ni los Tribunales ni las Constituciones podrán parar el proceso soberanista en Cataluña» ha pasado a la dicha en Bruselas: «La consulta por la autodeterminación se hará buscando las fórmulas para que esté dentro de la legalidad».
A pesar de no terminar de abandonar la linde, como dice mi amigo Rogelio, «¡ése no es mi Artur, que me lo han "cambiao"!». Como estadista, sin futuro. Así es la vida.
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