Santander

Trincheras

La Razón
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Conocido y respetado el pasado, creo vivir mi tiempo, aunque fuertemente preocupado por el futuro. A mis 69 años, desprovisto de ambiciones políticas y económicas, intento mantener mi observatorio limpio de ramas y sombras, que me impidan ver con claridad el campo de batalla. No obstante reconozco que a veces no sé donde estoy. No, distingo el campo propio del terreno enemigo. Veo trincheras y no sé si han sido cavadas por nosotros o por ellos.Un sábado 10 de julio, salieron a la calle miles de catalanes en protesta por una interpretación tardía pero –entiendo– jurídicamente conforme del reglamento que conforma nuestra vida como es la Constitución que nos dimos en 1978. Indiscutible el derecho a manifestarse. Preocupante el que se llegue a ello y lo haga una gente a la que respeto y quiero. Pero protesto contra la manipulación con que se cuantificó la participación. Según la Guardia Urbana asistieron mas de un millón de personas. Según una empresa especializada, no pudieron pasar de 64.000. ¡Y me niego a seguir siendo tratado como a un imbécil! ¿Cómo se puede prostituir el prestigio de una magnífica Guardia Urbana como la de Barcelona?Lo más triste es constatar que sistemáticamente se nos miente en los números de manifestantes que asisten a diferentes convocatorias políticas o reivindicativas. Quiero buscar el porqué y me pierdo en el mundo de los sentimientos y en las teorías de Maslow, el sociólogo que buceó entre los niveles de necesidades de déficit –«deficit needs»– y las necesidades de ser –«being needs»–, esta «fuerza impelente continua» que corona su conocida pirámide. ¿Por qué una trinchera entre unas y otras?Sin haber salido de mi preocupación, un día después, la victoria merecida de nuestra selección de fútbol arrastró a la sociedad a una patriótica y contagiosa euforia. Por supuesto que me alegró el triunfo de la excelencia, el liderazgo, el compañerismo, la moral de victoria que supera sufrimientos, injusticias y lesiones. Me recuerdan preceptos tácticos esenciales, como la voluntad de vencer, la acción de conjunto, el empleo de las reservas o la maniobra en profundidad en el momento y lugar oportunos. Me alegra ver banderas españolas, especialmente en manos de una generación joven. Y me animo a vadear la trinchera.Pero reflexiono sobre la fragilidad de esta euforia colectiva –otra vez los sentimientos de Maslow– sometida a los vaivenes de la suerte, a los criterios más o menos acertados de un árbitro o de la excelencia de un jugador holandés o alemán que hubiera podido aguarnos la fiesta. ¿Cómo hubiéramos reaccionado ante un penalty –justo o injusto– o un gol de fortuna que hubiese inclinado la victoria hacia otra selección?No recuperado de mi contenida euforia, seguí en el Congreso de los Diputados el Debate sobre el Estado de la Nación. También es casualidad el nombre. El tema central de la manifestación del sábado anterior giraba sobre este concepto de nación, único en nuestra carta magna, interpretado como vario por los nacionalistas.El debate se convirtió en un reiterado cambio de golpes en el que quemaron sus energías nuestros líderes políticos, las que deberían emplear en otros menesteres. Creo que su supresión sólo reportaría beneficios. Los frecuentes controles parlamentarios hacen innecesaria esta revisión anual, en la que los problemas «nacionales» se aparcan para entrar en el sucio juego del combate cuerpo a cuerpo.Comprueben la escasa atención de nuestra sociedad hacia ellos: un 5,8 % de audiencia, la más baja desde que Zapatero es presidente, igualaba la atención de los telespectadores a programas como «Tonterías las justas»(4,2%), «Dame una pista» (4,5%) y «Entre fantasmas» (4,1%). ¡Ni puestos adrede los programas con estas cabeceras, a la misma hora!«España es algo más que lo que pasa en ella» tuvo que recordar en un hemiciclo vacío una conocida diputada. Y es cierto. Claro que pasan cosas. Por ejemplo que la ausencia de diputados a las sesiones del Congreso no exime a los partidos de pedir a bancos y cajas la condonación de millonarias deudas. ¡Pregúntele a algún pequeño empresario cómo le trataría el Santander si debiese 3,5 millones de euros desde hace no sé cuántos años! ¡Claro que pasan cosas! ¡Pregúntenselo a los miles de trabajadores en paro que no cobran ningún subsidio, o a los autónomos que no saben a día de hoy cómo pagarán la nómina de julio!Por esto nos agarramos al fútbol como sustitutivo, como falso puente. Una semana mas cercana a la de Pasión –entrada triunfal y martirio– que a la propia de una sociedad culta, responsable y trabajadora que merece mucho mas. Una sociedad que, a falta de un liderazgo claro, no tiene más remedio que fiarse de las burdas predicciones de un pulpo –el becerro de oro del siglo XXI– o en la desatada euforia de una victoria deportiva. En fútbol, andaremos arriba. En la pirámide de Maslow, no pasamos de un pobre tercer nivel. Porque nuestros políticos son incapaces de tender una mínima pasarela sobre nuestras desgarradas trincheras.