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Delegada de «indignados» por Martín Prieto

La Razón
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La primera Facultad de Ciencias Políticas y Económicas la abrió el régimen franquista como escuela de gobernadores civiles y mandos cualificados del Movimiento Nacional. Todas las dictaduras son ingenuas y aspiran a institucionalizarse hasta en el altar de los saberes. Los gobernadores civiles se encargaban de que en sus respectivas provincias reinara la paz de los sepulcros, y en su doble calidad de jefes provinciales del movimiento cuidaban que no se apagara el brasero del partido único. Hoy los delegados del Gobierno son como el ornitorrinco, conjunto de piezas casadas biológicamente por milagro. En la Autonomía es su presidente quien representa al Estado, y el ministro del Interior ha de entenderse con su equivalente autonómico. En Madrid, desde el 15-M, la delegada del Gobierno, Dolores Carrión, es más jefa provincial del movimiento que cualquier otra cosa, porque ideologizando atribuciones y dándole taconazos a Rubalcaba o Camacho, le da lo mismo ocho que ochenta o que los «okupas okupen» un edificio por día. Total, se sabe destituida. Liberada de sus funciones, a esta olvidable dama la veremos dando conferencias en alguna ágora okupada o bendiciendo la Puerta del Sol con su dulce tolerancia. La Delegación madrileña del Gobierno ocupa lo que fue embajada japonesa hasta 1945. El embajador del Mikado regaló el palacete al Estado español y los coches y el menaje a sus empleados, para evitar la incautación estadounidense. Pasadas las décadas una persistente aura oriental flota en los salones. El sintoísmo y el príncipe Sidartha han seducido a la innecesaria delegada que nunca existió.