Bruselas
Paz para ganar la guerra económica por Santiago Carbó
Hay que transmitir una información ajustada para no generar desunión
En estos años de dificultad ha habido algunas ocasiones, como la actual, en las que la falta de confianza exterior sobre España se ha unido una sensación de crispación y segregación entre los diferentes estamentos políticos y sociales. Esta irritación es una consecuencia lógica de la delicada situación económica pero, en algunos casos, genera distorsiones informativas importantes. En particular, los principales agentes políticos y sociales deberían entender que los ciudadanos deben recibir una información lo más ajustada a la realidad posible, dado que de otro modo, el clima de desunión –y su percepción desde el exterior– puede ser insostenible.
La próxima celebración del 1 de mayo parece un momento oportuno para la reflexión de todos. La situación es de excepcionalidad, como sugiere el hecho de que desde fuera de España se hagan desafortunadamente cada vez más quinielas sobre si el país será rescatado o no. A los españoles nos toca la tarea de evitar que estas valoraciones desde el exterior se conviertan en «profecías que se autocumplen». En todo caso, esta situación sólo añade más presión, al tiempo que la percepción de desunión y de crecientes tensiones sociales es hábilmente aprovechada por la prensa internacional para establecer injustos paralelismos entre España y otros países que precisaron rescates en el pasado.
Por eso, para todos aquellos que tienen una voz en la sociedad, pero sobre todo para los partidos políticos y las fuerzas sociales, parece más necesario que nunca equilibrar las dos partes de su responsabilidad: trabajar por y para aquello para lo que están destinados, pero transmitir a los ciudadanos una interpretación de los hechos lo más ajustada a la realidad posible, sobre todo en las cuestiones de importancia crítica para el futuro de nuestra economía. Un ejemplo de necesidad de actuación responsable es la reforma laboral. Sería absurdo pretender que existiera un consenso total sobre la misma, pero tampoco generan confianza algunas interpretaciones que se están realizando de los hechos. Por ejemplo, los sindicatos tienen que cumplir su papel y es lógico que ejerzan la defensa de los derechos de los trabajadores como fuerza equilibradora en la negociación, pero resulta imprescindible que se deje de valorar la reforma laboral tan a corto plazo como se está haciendo. La reforma laboral no nos va a sacar de la crisis y no es ése su propósito. El objetivo es que cuando se vuelva a generar empleo y se repita algún episodio de crisis, el mercado laboral no vuelva a hundirse como un castillo de naipes. Si se le ha dado tanta importancia desde Bruselas y desde el Gobierno a esta reforma es, precisamente, como elemento de estabilidad a largo plazo. En este contexto, merece la pena recordar el tranquilo clima social que existió en Alemania hace años, cuando se aprobó la reforma laboral allí, algo que sin duda ha beneficiado a ese país en el largo plazo.
El respaldo amplio con el que contó el actual Gobierno en las últimas elecciones supone una ventaja para actuar con la responsabilidad con la que no cuentan otros países como EE UU –la Administración Obama apenas puede desarrollar iniciativas legislativas– o Alemania –donde la debilidad del actual Gobierno es cada vez mayor– o en Italia –donde el Ejecutivo ni siquiera ha salido de unas elecciones–. Pero es un arma de doble filo porque la excepcionalidad de la situación obliga frecuentemente a tomar medidas en soledad. El desgaste electoral no deslegitima –es natural en una situación de crisis– y no debería ser empleado como arma arrojadiza. Al menos, sería deseable que existiera un consenso en transmitir a los ciudadanos la situación de excepcionalidad y la necesidad de sacrificios. Evitar los sacrificios no nos convierte en héroes sino que puede hundirnos definitivamente y eso lo deben asumir todos nuestros representantes políticos y sociales. Lo óptimo sería un pacto de Estado –que ahora parece improbable– pero pedir más responsabilidad parece pertinente siempre. La del Gobierno es hacer su plan lo más creíble y transparente posible para que podamos al menos agarrarnos a la esperanza aristotélica de que es más valiente el que conquista sus deseos que el que conquista a sus enemigos. La victoria más dura es la victoria sobre uno mismo.
Una imagen distorsionada del país
El que haya seguido la actualidad de Grecia en los últimos meses se habrá topado con imágenes de graves disturbios que le llevarán a concluir que el país heleno vive sumido en un continuo caos. En las últimas semanas, instantáneas similares de España han empezado a circular por la prensa internacional, con el evidente riesgo de transmitir una imagen errónea del país que perjudica sus intereses económicos.
Santiago Carbó
Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada
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