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Libre albedrío por Agustín García Calvo
Al volver del paseo, los oigo por la ventana abierta a los vecinos del bajo B, que parece que se traen una trifulca interesante; así que tomo nota para mis lectores: -Mauricio: tienes que hablarle a esa niñata seriamente. -¿Qué ha hecho ahora? -Pues que ayer, que habían quedado los del grupo Eco en irse de viaje de estudios a Villalta, cuando para el tren en el nudo de Pinares, ella, que ve no sé qué bandada de qué pájaros, declara que adonde hay que ir es hacia allí, a Navalverde, y que allí se va; y, con la pelotera que se arma, al fin se va al otro tren sola, con la Chole, que siempre le anda de perrito faldero, y dejan seguir a los otros a Villalta, con tal desconcierto del grupo que apenas hicieron nada de lo previsto, y esta mañana ha venido, desesperao el pobre don Juanjo a contarme el caso. –Pero ella se habrá disculpado. –¿Disculpas ésa? No la conoces, Mauri. Óyela tú mismo, que la llamo. ¡Julia! -¿Qué pasa? -A ver, Julita, mujer, ¿por qué has armado esa zapatriesta con esa buena gente? -Porque hice lo que quería, y además tenía razón. -Ah, razón. Ya. Pero al menos, ¿por qué no te has disculpado con don Juanjo? -«¿He hecho mal. Perdón?». No podía decirle eso porque no lo creo. -Comprendo. -¿Tú comprendes, Mauri? -Quieta, Neca. Ven acá, Julia: así que tú crees que tu voluntad es libre. -Claro. Si hago lo que quiero... -¿No será que lo que haces es obedecer también a una orden? -¿Cuál? -La de tu voluntad. -No me armes líos, padre. -No más que los que el mundo tiene armados. O ¿es que tú crees que tu voluntad viene de fuera del mundo? -Pues... -Pues no: tú estás atada por tu voluntad lo mismo que por las leyes, del Estado o de la selva: no hay tanta diferencia. -Ah. ¿no? Y entonces, dime: si mi voluntad no es libre, ¿qué digo cuando digo que yo soy libre? -No sé lo que dices, ni lo que habrá, pero, desde luego, algo que no sea ni lo uno ni lo otro, ni las leyes ni tu voluntad. -¿Qué? -Ya te diré otro día; por ahora... -Me parece que por esa vía, Mauri, no vas a acabar con sus desplantes. -Puede que no; pero a escobazos, Neca, seguro que tampoco.
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