Consejo de Ministros
El Estatut cumple cuatro años sin velas ni fiesta ni pastel
La Generalitat lamenta que la administración del Estado actúe muy a menudo como si el Estatut no existiera.
BARCELONA- El Estatut cumple hoy cuatro años desde su entrada en vigor. Es un aniversario poco feliz. En este tiempo, la Generalitat ha recibido 19 traspasos, pero no son motivo de suficiente alegría como para celebrar nada. Hoy no habrá ni fiesta, ni velas, ni pastel. Bastante tiene la Generalitat con tratar de recomponer el Estatut después de la sentencia del Tribunal Constitucional (TC). Pero no sólo la corrección del TC decepciona al Gobierno de Cataluña, sino también el comportamiento de los burócratas del Estado. «Creo que hay altos funcionarios que se lo han leído y no han cambiado nada», lamentaba ayer el conseller de Interior y Relaciones Institucionales, Joan Saura.
El tripartito se conjuró en 2003 para sacar adelante la reforma del Estatut y, así, cambiar el modelo de Estado en un sentido más (con)federalizante. En agosto de 2006, el entonces presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, celebró la entrada en vigor del texto catalán con una declaración que ningún dirigente se atrevería a repetir ahora. «El Estado tiene en Cataluña un carácter meramente residual gracias al nuevo Estatut», afirmó. Y añadió: «Tenemos una España amiga, que nos entiende, que nos ha aprobado un Estatut fuerte, valiente, importante».
De aquella «España amiga» apenas queda el recuerdo. Hoy lo que brillan son los esfuerzos del Gobierno y la Generalitat por rehacer sus relaciones después de innumerables momentos de tensión. El Ejecutivo catalán ha acusado al Gobierno de Zapatero muy a menudo de desarrollar el Estatut con pereza, sin brío alguno, sin convicción. Y los lamentos se siguen sucediendo.
«Zapatero empezó hablando de la España plural en 2004, pero rápidamente lo olvidó, y en todo el proceso estatutario no hubo ningún ministro, a excepción de Montilla (ex titular de Industria), que hablara en favor del Estatut», recuerda Saura.
El conseller, protagonista de muchas negociaciones con el Gobierno, resume así la dinámica: «Todo cuesta mucho, todo va lento, y hay traspasos pendientes, como becas u otros temas que no se desprenden del Estatut, como los aeropuertos».
¿Ha valido la pena aprobar la reforma del Estatut? Jordi Pujol expresó su escepticismo el pasado mes de noviembre, cuando el TC andaba inmerso en sus deliberaciones. «Suponiendo que las cosas salgan mal –porque seguro que saldrán mal–, espero que también representen algún progreso –que también es posible–, pero es dudoso que este progreso nos compense del desgaste que hemos tenido». José Montilla, en cambio, prefiere una lectura más positiva: «El Estatut ha valido la pena pese al recorte y al desgaste porque es un avance respecto al anterior».
Sin fe en el Estatut
Sólo los socialistas catalanes tienen esta opinión en Cataluña. Si acaso, también ICV. El resto mira el trayecto recorrido sin ninguna satisfacción. El PP porque fue aislado del acuerdo del Estatut– «visto con perspectiva, también se debería haber pactado con el PP», dijo recientemente el conseller de Economía, Antoni Castells–. CiU porque opina que el TC ha invalidado el espíritu del texto y ahora está por conseguir el concierto económico para Cataluña. Y ERC porque está convencida de que el proyecto de la España federal es inviable y cree que la salida es la independencia.
En este contexto, no es sencillo proseguir la ardua tarea de la España de las Autonomías. Con Esquerra predicando el independentismo sin paradas intermedias y con Convergència abrazando el derecho a decidir de los catalanes, el Estatut parece haberse convertido en un juguete roto. Sólo el trabajo de muchos dirigentes durante mucho tiempo devolverán la confianza en un texto que arrastra demasiados pecados originales y que ha provocado un sinfín de heridas.
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