Santander
El toreo es Cultura y grandeza
El toreo es cultura. Y grandeza. Ayer entró de manera oficial en el Ministerio. Desde hace siglos se vuelve a una plaza de toros por la emoción estética que nace del arte. Entre la mitología, la realidad, y la liturgia del sacrificio sin esconder las verguenzas. Una y otra vez aunque mil veces se desespere. Con Morante, sin ir más lejos, rozamos la desidia con el primero, que tenía mucho cuerpo y poca cara. Morante no quiso y el toro tampoco. Cortó una oreja entretanto Manzanares con el tercero. Toreo de terciopelo para embestidas que iban al paso. Así, con ese paréntesis místico, a Morante le rondó la inspiración y los lances a la verónica volaban de forma directa al arte. Arte que te levanta del asiento, emoción transitada desde las entrañas, inolvidables parajes del alma. Ahí quedaron, enmarcados en la memoria, esa genialidad que se evapora en el escenario sagrado que es el ruedo. Quizá fueron seis, o siete y el remate, poco se sabe en esto de las cuentas. Y otro quite más después por si alguien no se había enterado de cómo se torea a la verónica. El comienzo del trasteo nos arrojaba al furor, sentado en el estribo y toreo a dos manos, exigente para el toro, abrumador de expresión en el viaje. Se encajó para torear por el diestro a un toro noble, que quería muleta y reponía. Se ensució la faena por momentos, tropezada, pero buscada. Morante había olvidado las barreras de antes. Por molinetes, de uno en uno con la diestra. No mirábamos a otra parte por el temor de perdernos algo. Un muletazo, un cambio de mano. ¿quién sabe? La faena no alcanzó la rotundidad, pero estábamos metida en ella hasta los huesos.
A Manzanares se le pidió el segundo trofeo del tercero. Pero al presidente no le valió. Con otra estocada recibiendo cerró la obra. A pesar del viento, se puso Manzanares a torear desde el principio, sin prólogos, suavidad, acompañando al toro que quería ir, noble, manejable. Y belleza infinita imprimía en los pases de pecho: son dos veces más largos de lo normal. Recoge al toro adelante, tira y tira de él, en un camino eterno hasta morir el muletazo en la cadera. Bonitos naturales, larguísimos, preciosos, qué empaque torero. Toreo bueno había dejado el alicantino en el coso de Cuatro Caminos. Pero al presidente no le pareció. El sexto era más noble que ninguno pero rozaba la invalidez. Ayudó al toro a mantenerse el pie: levedad en el toque, mimo en el camino, y firmó pases decorosos. Pero con otra entidad.
A Leandro le tocó un quinto bueno, de embestida honda, profunda y el vallisoletano se esmeró Primero en el toreo en redondo en un par de tandas que tuvieron importancia. Al natural bajó la intensidad y las intermitencias las abrochó Leandro a un arrimón vertiginoso y unas manoletinas de vértigo. Pero algo faltó y la gloria quedó postrada. Difícil se lo puso el segundo, muy desagradable en la muleta.
Ayer celebrábamos el paso a Cultura. El primer peldaño labrado por las figuras. Mérito suyo ante el escepticismo general. El toreo estaba de enhorabuena. Ahora quedan muchas cosas por revisar, en las entidades públicas y en las privadas. No es buena señal que la corrida de El Pilar fuera la más pequeña que ha pisado Santander en lo que va de feria. Y en las puntas, sospechas de integridad. En tiempos difíciles para el toreo, y para la vida, encontremos el camino para sumar.
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