Historia

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La herida del arte

La Razón
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Resulta sorprendente la facilidad con la que se les perdona su mal humor a las personas famosas. No importa que sean maleducadas, ni que a veces reaccionen con violencia. Hay una especie de admiración incondicional hacia el mal carácter del famoso, sin que importe en absoluto la criminalidad de sus modales. La turbulenta relación de Vincent Van Gogh con Gauguin entienden los críticos que representa un valor sintomático de la personalidad creativa del holandés. En el caso de Pablo Picasso, son conocidos los malos tratos que les daba a sus amantes y casi nadie censura aquella actitud como un simple rasgo de violencia machista intolerable. Por el contrario, incluso hay mujeres que consideran que la de Picasso no era una violencia cualquiera, la vulgar agresividad de un hombre corriente, sino un doloroso destello de su genialidad artística, una especie de violencia de autor que lo que dejaba en el rostro abofeteado de sus amantes no era un vulgar hematoma, sino una irrepetible pincelada, una impronta, una huella con el aspecto de una herida y el valor historiográfico de un autógrafo. Cuesta creer que la violencia del artista genere lealtad y afecto entre sus víctimas, pero es obvio que a Picasso sus amantes le perdonaban sin esfuerzo aquella actitud violenta y seguían suspirando por unas manos ciegas y carnosas en las que se daban en indiscriminada abundancia la sensibilidad, el talento y la furia. Al margen de lo que consideren los críticos y los biógrafos, yo creo que si las bofetadas de Picasso despertaban afición entre sus mujeres se debía sobre todo a que a sus víctimas no les importaban el dolor, ni el desprecio, si era a cambio de formar parte de la existencia cotidiana de alguien tan especial. En la duda de que las bofetadas de Picasso las llevasen de cabeza al hospital, las estoicas mujeres del pintor sabían que aunque no durasen eternamente en su corazón, gracias al dolor bronco y puntual que los unía acabarían para siempre en su biografía. Pienso también que el estoicismo de sus mujeres lastimadas formaba parte de la arrogante vanidad del pintor. A fin de cuentas, los rostros tumefactos de sus víctimas enamoradas representan las pinceladas que faltan en los autorretratos del pintor. A veces la producción del artista es inseparable de las secuelas de su carácter, y los rasgos incomensurables de su obra se entienden mejor a partir del rostro tumefacto y dolorido de quienes le amaron con pasión y con dolor. Tampoco hay que descartar que Picasso necesitase del remordimiento de su maldad para administrar su talento. A lo mejor resulta que la obra del artista genial sólo es la herida más duradera de su mal carácter.