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Nuevo ludismo

La Razón
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Los eventos de Japón tienen fundamentalmente una trágica dimensión humana cuyo alcance me es difícil imaginar, pero tienen también una dimensión económica cuyas consecuencias pueden ser mucho mayores que las provocadas por el mero parón en la actividad económica de la tercera economía del mundo.

El desastre de Fukushima ha resucitado el movimiento anti nuclear, provocando la suspensión de planes de expansión nuclear en China, Alemania y Estados Unidos, entre otros. El debate es legítimo, pero los anti nucleares no nos quieren explicar las consecuencias que tendría renunciar a este tipo de energía, que es por otra parte, la fuente de energía libre de emisiones más barata que conocemos.

Esta renuncia provocaría sin duda un encarecimiento de la electricidad y una mayor dependencia si cabe de los combustibles fósiles, que además de resultar nefastos para el medio ambiente, están dando lugar a la mayor transferencia de riqueza de la historia, la que va de países como el nuestro, a países gobernados en su mayoría por el tipo de sátrapas que ahora nos disponemos a combatir.

Según parece, el principal argumento de los anti nucleares es que este tipo de centrales son peligrosas. Resulta ingrato defender lo contrario mientras vivimos el drama de Fukushima, pero sin ser un experto en seguridad nuclear, este argumento me recuerda en su simpleza al ludismo del siglo XIX, movimiento que se oponía a cualquier tipo de avance tecnológico en la medida en que estos hacían desaparecer puestos de trabajo. La tecnología ha conseguido ahora mitigar de forma notabilísima los riesgos de un desastre nuclear, como también los de accidentes aéreos. De la misma forma que no nos planteamos dejar de volar cada vez que se cae un avión, no entiendo por qué sí planteamos ahora dejar de usar la energía nuclear.