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«Okupas» 15-M
Bajo el paraguas de los indignados, se cobijan personas de buena fe, haraganes, soñadores, vividores, nostálgicos, izquierdistas, hijos de burgueses, progresistas de hoy, conservadores de anteayer, parados, holgazanes, demócratas y antisistema. Todos ellos, revueltos y mezclados, forman un cóctel de difícil digestión, que intentando ser tonificante para la salud de la sociedad, termina destrozándole el hígado.
Tras la última movida, se descubrió la existencia de «okupas» de los de toda la vida, de esos que no buscan piso que alquilar o que comprar, sino piso por la cara, vivienda, local, palacio, hotel o fábrica en la que meterse por el simple hecho de no estar ocupada por sus propietarios. Son los hijos de aquellos que en los años ochenta daban la patada a la puerta de las viviendas públicas para colarse e instalar una comuna. Algunos de los que protagonizaron la última movida del 15-M, no pernoctaron en la Puerta del Sol, optaron por un lugar menos incómodo, un hotel inactivo que se llama «Madrid» y en el que se alojaron sin hacer reserva, ante la indiferencia de la inexistente delegada del Gobierno que parece haber abandonado la barca antes de que el barco de su partido encalle el 20-N.
El estado de derecho, ni es estado, ni tiene derecho a ser denominado así cuando resulta que a un grupo de gamberros le da por pernoctar gratis en un hotel sin servicio, y lo toman por las bravas, sin que ninguna autoridad les obligue a dejar lo que no es suyo.
Al movimiento 15-M sólo le faltaba tener entre sus activistas y simpatizantes a grupos de «okupas», dispuestos a colarse por el morro donde haga falta, siempre en sitio ajeno, y siempre ostentando prepotencia ante una autoridad inoperante.
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