Nueva York
Artaud deja huella
El Reina Sofía muestra el influjo del creador en las corrientes plásticas de los años 50Dónde: Museo Nacional Reina Sofía. Madrid. Cuándo: hasta el 17 de diciembre. l cuánto: tres euros.
La imagen y el sonido tienen cada vez mayor presencia en este centro transparente en el que perderse resulta la mar de sencillo. La muestra que abre la temporada expositiva del Museo Reina Sofía es buena prueba de ello. La exposición, que su director, Manuel Borja-Villell, definía ayer como «de tesis», pretende poner en imágenes y palabras la influencia que Antonin Artaud ejerció sobre la creación de los años cincuenta, «un tiempo en el que triunfaba el expresionismo abstracto norteamericano. Había acabado la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto aún estaba muy cercano. ¿Dónde ha ido la sociedad?, era una pregunta muy frecuente. ¿Qué está sucediendo creativamente hablando? ¿Era posible otro arte?» Y las respuestas a estos interrogantes las ha centrado en tres puntos del globo, en Europa, concretamente en París; Estados Unidos, especialmente Nueva York, y Latinoamérica, con una mirada concreta al colorido Brasil. «En ese momento la figura de Artaud, un artista que no tiene escuela, surge dominando como un espectro con su grito de dolor y su creación viva». Kaira M. Cabañas y Frèderic Acquaviva, que ayer estuvieron presentes y recorrieron la exposición con un grupo de periodistas, son los comisarios de «Espectros de Artaud. Lenguaje y arte en los años cincuenta».
Empezar de cero
El letrismo ocupa uno de los vértices de ese triángulo global. Los creadores quieren hacer un arte que empiece de cero, que no esté cerrado por las disciplinas. Surgen las obras de Isidore Isou y Gabriel Pomerand en las que grafía y dibujo van unidos (el movimiento redujo la poesía a la letra). Quienes reformulan las propuestas de Artuad son Gil Wolman y Dufrêne. Junto a folletos, libros y manuscritos, la muestra recoge piezas sonoras, audiovisuales y cinematográficas, como «¿Ya ha comenzado la película?» (1951), de Lemaître, o «Tratado de baba y eternidad» (1950-1951, de Isou.
En Estados Unidos, es el Black Mountain College quien recoge el influjo de Artaud, a través de una de las piezas históricas, el primer happening de la posguerra, «Theater Piece 1» (1952), en la que interviene Rauschenberg, Franz Kline, Merce Cunningham y el pianista David Tudor. Teatro y música de unen: el espectador ocupa el centro de la sala; la representación gira alrededor de él. «No debe haber una separación entre vida y teatro», proclamaba Artaud.
El tercer punto de la muestra fija su anclaje en Brasil. Artaud se hace cuerpo a través de las obras de Lygia Clark, Helio Oiticica y Ferreira Gullar. «El arte cobra vida, lo que se aprecia en algunas de las obras de Clark, unas esculturas que se pueden moldear, abrir y cerrar, cambian de forma y que denomina ‘‘bichos''», señala Borja-Villel, uno de cuyos ejemplos se puede apreciar en una de las vitrinas de la muestra. La artista no para ahí y lleva su discurso un punto más lejos al convertir el arte en terapia. Es el epílogo de la muestra en la que se representan dos corrientes de la antipsiquiatría: la de Nise da Silveira (que conocedora de la obra de Artaud funda el Museu de Imagens do Inconsciente en 1952) y la de la propia Lygia Clark, de quien se proyectan vídeos como el documental «Memoria del cuerpo» (1984) en el que la artista interactúa con un paciente por cuyo cuerpo hace rodar una bolsa con líquido.
Personalidad múltiple
«Espectros de Artaud. Lenguaje y arte en los años cincuenta» reúne más de trescientas obras y el artista planea en todas y cada una. Nacido en Marsella en 1896 y muerto en París en 1948, una meningitis que sufre de niño marcará a fuego su carácter. Poeta, dramaturgo (es el creador del Teatro de la crueldad), ensayista, director de escena y actor (trabajó en «Napoleón» de Abel Gance y en «La pasión de Juana de Arco» de Dreyer), Artaud (en la imagen, fotografiado por Man Ray) pasó nueve años de su vida recluido en centros psiquiátricos.
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