Benedicto XVI

Joaquín Navarro-Valls: «Juan Pablo II abrió una nueva época»

«Puso a Dios en el centro de toda una generación que parecía estar pensando en cualquier otra cosa»

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Joaquín Navarro-Valls está convencido de haber pasado buena parte de su vida al lado de un santo, Juan Pablo II. El ex director de la sala de prensa de la Santa Sede y portavoz vaticano recuerda cómo era de cerca el Papa polaco, pocos días antes de que se celebre su beatificación.

– ¿Cómo mostraba Juan Pablo II en su vida la santidad?
– Un santo, o lo es durante su vida o no lo será nunca. Y era indudable que su vida era la de un santo. Se veía cuando pensaba en los demás y se olvidaba de sí mismo. Cuando todo lo refería a Dios y no a su modo humano de ver las cosas. Cuando estaba alegre en circunstancias que justificarían más bien las lágrimas. Cuando se dejaba la vida, ya anciano y enfermo, en los extenuantes viajes apostólicos que todos, incluso su médico, le desaconsejaban hacer. Y se veía, sobre todo, como se ve en cualquier persona que está enamorada: en su caso, lo estaba de Dios.

– ¿Puede contar alguna anécdota que muestre esa santidad?
– Estábamos unos pocos días de descanso en la montaña. El Papa estaba en un casita modesta que nos habían prestado. Hacia las dos de la madrugada, según me refirió un agente de nuestra seguridad a la mañana siguiente, se encendió la luz en la ventana de su cuarto. Unos minutos después, se encendió la luz de la habitación anexa en la que se había instalado una pequeña capilla. Esa luz ya no se apagó en el resto de la noche hasta después de que, hacia las 7 de la mañana, el Papa celebró misa.

– ¿Cómo era Juan Pablo II de cerca?
– Era un hombre alegre. No dependía de las cosas, ni de las noticias. Su ánimo era estable. No necesitaba nada, quizás la única excepción eran los libros. Nada lo consideraba suyo.

– ¿Tenía mucho carácter? ¿Cómo era cuando se enfadaba? ¿Reía mucho?
– Era una persona con un carácter muy definido, como esculpido, pero en el que los distintos rasgos se armonizaban magníficamente: inteligencia con emotividad; fuerza de voluntad con flexibilidad; racionalidad con simpatía. Quizás sobre todo, un gran sentido del humor, una alegría que se configuraba como un buen humor estupendo. La sonrisa le era natural. Y sabía hacer reír a quien trabajaba con él.

– ¿Cuál es el recuerdo más hermoso que guarda de su relación con el Pontífice polaco? ¿Y cuál es el más desagradable?
– No conservo ningún recuerdo desagradable aunque he compartido con él muchos momentos dramáticos, personales o relativos a circunstancias del mundo y de la Iglesia. Y si esto es así, quiere decir que los momentos hermosos, son todo el resto. Quizás, particularmente, aquellos pocos días que pasábamos en la montaña caminando durante horas, en los que se hablaba de todo: recuerdos de su pasado, temas de actualidad, planes para el futuro... Compartir su vida era magnífico.

– Muchos hablan de la impresión que les provocó ver rezar a Juan Pablo II. A usted, que trataba con él de forma cotidiana, ¿le impresionaba también esta faceta de su vida o alguna otra?
– Sí, me impresionaba, aunque teóricamente debería ya estar yo acostumbrado por la frecuencia de esas ocasiones. En realidad, a una manifestación así de la propia fe, no hay modo de acostumbrarse: siempre te conmueve. Para él, rezar era una necesidad y la cosa más «natural» del mundo. Su oración se nutría de las necesidades de los demás, que le llegaban a millares en cartas y mensajes de todo el mundo.

– ¿Le hizo pasar por situaciones difíciles en su labor como portavoz?
– Hubo muchas situaciones difíciles que había que atravesar y de las que yo tenía que informar. Imagine usted los años ochenta en el este de Europa, por ejemplo. O situaciones de la vida de la Iglesia que el Papa tenía que afrontar. Pero saber que el Papa siempre era accesible, que podía comentar con él en cualquier momento cualquier situación urgente o importante, hacía mi trabajo más fácil. Sin esa disponibilidad abierta del Papa, no se habría podido hacer nada.

– ¿Cómo le definiría como comunicador y líder global?
– Abierto. Con sabiduría para distinguir lo urgente de lo importante. Con una gran capacidad de análisis y, al mismo tiempo, de síntesis. Con una convicción que hacía creíbles sus palabras. Sabía exponer las exigencias de la virtud cristiana. Pero, al mismo tiempo, sabía hacer simpática la virtud.

– ¿Revolucionó Juan Pablo II el modelo de papado?
– Es siempre muy interesante la interacción entre una persona y la institución que esa persona encarna. Con Juan Pablo II, el Pontificado entró, indudablemente, en una nueva época histórica. Y lo hizo con la naturalidad de quien está en una realidad, la modernidad, que conoce muy bien y por eso ni la teme ni se deja fascinar ingenuamente por sus logros. Puso el «tema» de Dios en el centro de toda una generación, un tanto escéptica, que parecía estar pensando en cualquier cosa menos en el hecho de que el hombre es criatura de Dios.

– ¿Cómo era la relación entre el Papa polaco y Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo? ¿Tuvo constancia de que el Pontífice fuera informado en algún caso de los abusos y desórdenes en la vida de éste?
– En aquellos años, Maciel juraba, privada y públicamente, que nada había en su vida de lo que algunos le acusaban. Todavía está en internet una carta suya a un periódico americano asegurando la falsedad de aquellas acusaciones. Pese a todos esos juramentos, el procedimiento canónico para estudiar el caso se inició en el Pontificado de Juan Pablo II. Terminó, con el resultado que todos sabemos, en los primeros meses del Pontificado de Benedicto XVI. Y fui yo mismo quien informó de ese caso a la opinión pública.

– Teniendo en cuenta los posibles milagros cometidos ya por Juan Pablo II, ¿piensa que habrá que esperar mucho para su canonización?
– Para la canonización se requiere un hecho atribuible a la intercesión de Juan Pablo II y que haya tenido lugar después de la ceremonia de beatificación. Los tiempos de Dios son imprevisibles.


«Ali Agca no pidió perdón al Papa»
Navarro-Valls recuerda que, cuando el terrorista turco Mehmet Ali Agca fue visitado por el Papa en la cárcel romana de Rebibbia, dos años después de haberle disparado en la plaza de San Pedro, no le pidió perdón por haber intentado quitarle la vida: se limitó a preguntarle por el Secreto de Fátima, por el que sentía fascinación. Según ha contado a la televisión pública italiana Rai el que fuera portavoz de Juan Pablo II, el Pontífice esperaba que Ali Agca se disculpase, pero éste no dijo nada al respecto, lo que provocó la sorpresa del Papa polaco. La ausencia de petición de perdón y la insistencia del terrorista turco respecto al Secreto de Fátima provocaron que el obispo de Roma, que a punto estuvo de perder la vida en el atentado, guardase un «silencio absoluto», según explicó luego Ali Agca.


PERFIL
La voz de Roma ante la Prensa
Pocas personas compartieron tantos momentos importantes con Juan Pablo II durante su Pontificado como el cartagenero Joaquín Navarro-Valls. Portavoz durante 22 años del Papa polaco, a este médico y periodista le tocó informar a las televisiones, periódicos y radios de todo el mundo de la actualidad del Pontífice más mediático de la historia. Recuerda la especial dificultad que significaba ser la voz del obispo de Roma «durante los años ochenta» por la sucesión de acontecimientos que cambiaron el este de Europa y, por ende, también el mundo, enterrando el comunismo y acabando con la Guerra Fría. Retirado del ajetreo periodístico, hoy forma parte del consejo asesor de la Universidad Campus Bio-Médico de Roma. El «dottore» Navarro, como se le recuerda en la Santa Sede, espera con impaciencia el ascenso a los altares de Juan Pablo II, cuya vida fue «sin duda la de un santo».