Jubilación
Los enseñantes
Conmovida anda España con la huelga de enseñantes. Ya no presionan al Gobierno por los salarios indignos. No piden poner fin a tanta reforma incoherente. Ni siquiera exigen poner remedio urgente al deterioro de la calidad de la enseñanza, por ejemplo, poder enseñar la disciplina para la que se opositó. Porque el éxito de un profesor no depende tanto del plan de estudios como de dominar la materia y de comunicar bien su saber. Y la realidad es que año tras año sucesivas promociones de ciudadanos van saliendo de las aulas hacia el paro. Y año tras año también los profesores van perdiendo ilusión y abandonando. ¿Por qué?
La palabra «enseñante», además de galicismo, es un invento proletarizante de los años 80. Hasta entonces era solo el participio activo del verbo enseñar. Ahora es nombre de una categoría laboral. Los enseñantes son el efecto perverso del caos que se generó desde varios gobiernos atrás y arruinó todo el sistema educativo. Urge, pues, un plan nacional de instrucción pública, general y obligatorio en todo el territorio, trazado por los que saben y dotado económicamente. Un plan que imponga a docentes y discentes la exigencia como norma para atajar tanto mal. Que instaure la primacía del mérito y estimule el orgullo de participar en la más noble empresa: la de formar los ciudadanos del futuro. Pero la conquista de la dignidad impide reclamar privilegios. Y privilegio es la dispensa de cumplir en su totalidad el horario lectivo legal. Claro que el profesor trabaja, pues tiene obligaciones y derechos a cambio del salario. Con todo, el profesor vocacional no siente aversión al aula; la necesita. Goza en ella deleitando, porque no es una maldición. ¿Lo es para los enseñantes?
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