Sevilla
La guerra tribal
Por primera vez en muchos años –mójome el trasero–, estoy convencido de que el Real Madrid puede ganar al Fútbol Club Barcelona en el Camp Nou. Cuando a una persona todo le sale mal, no puede salirle bien ni el fútbol. Me refiero a Zapatero, está claro, que ha vaticinado una contundente victoria del «Barça», el equipo de sus amores, su amada tribu.
El fútbol, cuando la rivalidad histórica se impone, se convierte en una guerra tribal. Aparecen los guerreros con diferentes pinturas y el pueblo ruge. La alegría del gol reúne a los guerreros en un abrazo. Y el pueblo se levanta de sus asientos o se desmorona sobre ellos. El grito. Nadie que se identifique con una gran tribu futbolística se calla ante la desgracia del adversario. Todo se celebra. Y la victoria permanece durante un trimestre, hasta que las tribus vuelven a encontrarse en el territorio de la otra. No hay perdón ni medias tintas. Emociona más que la victoria de la tribu propia la derrota de la contraria. He vivido las nueve copas de Europa del Real Madrid. Nueve alegrías tribales celebradas con vítores y júbilo desmedido. Pero la mayor felicidad que recuerdo es la derrota del «Barça» ante el Steaua de Bucarest en la final de Sevilla. El Steaua del sangriento Bucarest de Nicolae Ceacescu, pero ese detalle se me antojó secundario. Quien afirma, siendo del Real Madrid, que desea en Europa la victoria del «Barça» por tratarse de un equipo español, no siente el fútbol. Es imposible compartir la alegría con la tribu enemiga. Y lo de español, está abierto a la discusión. Lo es, pero no lo parece. Y lo será, pero seguirá sin parecerlo. De ahí que no entienda a quienes, nacidos fuera de Cataluña y lejanos a su pálpito diario, pertenecen a la tribu del «Barça». Claro, Zapatero. Ese resentimiento contra lo español de nuestra izquierda desnortada. Si el Real Madrid ha sido el club que mejor ha representado a España más allá de nuestras fronteras, el antimadridismo adquiere tintes ideológicos. Prefiero lo que representa mi tribu.
Aunque a muchos les produzca la hinchazón del hígado.
Pero el enemigo, por serlo, no puede ser despreciado. La tribu del noreste ha ganado en muchas guerras en los últimos años. Y con merecimiento. De ahí el aumento tribal de la enemistad. Ellos también han sufrido durante décadas la humillación de la derrota. Además, su pueblo vociferante se toma más en serio lo del balón que el nuestro, y por ello es más apasionado en el gozo y en la pena. Estoy en condiciones de reconocer que no existe placer que más me colme que una derrota del «Barça» en su estadio. Esas caritas, esos niños inocentes que vuelven a casa con sus padres destrozados por la amargura, esos gestos de crispación que presagian declaraciones de independencia, me hacen disfrutar sobremanera.
Gana el Real Madrid y se acuerdan de Franco, o de Felipe V, o Wilfredo el Velloso, allí llamado «El Pilós», que resulta más divertido. La tribu de arriba le concede más trascendencia a estas batallas. Si pierden el lunes, tienen el consuelo de la UNESCO y «los castellers», que ya son patrimonio de la humanidad aunque los niños de arriba se den unos morrones de aúpa.
Zapatero lleva errado y negado mucho tiempo. Si pierde el «Barça», se tiene que ir. A eso se le llama aprovecharse de una situación paralela, pero me pone cachondo figurármela.
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