Nueva York
Muertos autorizados
La ONU, escrito sea con la mayor de las cordialidades, es una inútil reunión de golfos y vividores. Ahí sólo mandan las naciones con derecho al veto. El resto de los representantes conforman una mancha de funcionarios, diplomáticos, economistas y asesores que se lo pasan muy bien –y me alegro–, en Nueva York y Ginebra. Últimamente, la ONU se dedica a autorizar muertos. Con Libia ha reaccionado con cuarenta años de retraso y ha permitido a algunas naciones occidentales bombardear a sus ciudadanos en apoyo de unos rebeldes que todavía no han dejado su tarjeta de visita. El rebelde libio no está definido. Le sucede lo mismo, salvando las distancias, que a la rana esmeralda de las islas Malucas, que unos dicen que son ranas y otros aseguran que son sapos. Llevan cincuenta años discutiendo los científicos al respecto. Se decidirá si son ranas o sapos cuando la ONU se pronuncie. Para mí, que nos hemos equivocado Obama, Sarkozy, Zapatero y yo. Razón le sobraba a Ángela Merkel cuando no se sumó a la batallita de la ONU. En España, los de la Ceja no han dicho ni mú, y ya han muerto centenares de civiles por nuestros bombardeos. Pero son muertos autorizados por la ONU, a cuyo Secretario General le darán un «Goya» especial el año que viene. Ahora están vendiendo los rebeldes armas a Ben Laden, y Obama se ha preocupado mucho. La ONU autoriza a matar libios. Para tan caritativa organización, los niños libios, israelitas o serbios tienen menos derechos que los iraquíes, los palestinos y los albaneses. Al menos, así lo considera la izquierda en España, siempre pendiente de la ONU.
De haber sido Aznar el que enviara las tropas españolas a combatir en Libia, estarían las calles copadas de pancartas y pegatinas. Aznar, conveniente es recordarlo, estableció unos destacamentos de nuestras Fuerzas Armadas en Iraq en misión de paz, que no de guerra. Y le llamaron asesino, criminal y genocida. Para colmo, la ONU aprobó las acciones de guerra contra Sadam Husein posteriormente, pero nadie en España quiso darse por enterado. Me solazo figurándome las charlas de los llamados miembros de la «Cultura». Así que amanece el Wyoming y llama a Guillermo Toledo. –¿Ha dicho algo nuevo la ONU?–; – pues, sinceramente, no lo sé–. Las que tienen que estar enteradísimas por su contacto directo con la ONU son Almudena Grandes y Concha Velasco. Y si te fallan, siempre tendrás a Miguel Bosé. Porque con los Bardem no cuentes. Ya sabes, el niño, el parto, el hospital, California…
Todos sabemos que Gadafi es un asesino. Un asesino muy bien recibido por sus actuales atacantes, dicho sea de paso. Pero nadie está capacitado para explicarnos quiénes son los rebeldes, qué amigos tienen y cuáles son sus proyectos. Lo narra el coronel Hardington en su libro «Entre Masais y Bantúes». Elijo el párrafo fundamental. «Los masai o ngumi contaron con nuestro apoyo. No dejamos a un bantú vivo en toda la región de Mugamba. Los masai nos ofrecieron una fiesta para agradecernos la victoria. Mataron una decena de gacelas impala para festejarnos. Cuando terminó la fiesta, que fue muy cordial y simpática, los masai pasaron a cuchillo a los oficiales y soldados de mi regimiento. Escapé de milagro. Hoy, diez años después, debo reconocer que sigo confuso y un tanto aturdido. Y eso nos pasó porque no hablamos previamente con los masai. Gente muy rara».
Es lo que recomiendo a Obama, Sarkozy o Zapatero, porque yo me he dado de baja. Que hablen con un rebelde. Y a ver qué tal.
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