Córdoba

Reír y llorar

Isabel II mira bajo la pamela como un capitán de barco entre la arboladura.

La Razón
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Desde el balcón de Buckingham, blindada en su traje amarillo contra las cornadas de la Historia, que ella podría considerar una vecindona inmortal, alguien que cuchichea sobre las tumbas de sus antepasados. Tal es su relieve, de friso del Partenón: la reina de Inglaterra blindada contra la Historia y también contra ese mar de corazones que viene y va. Antier lloraban por Diana e impugnaban la falta de humanidad real. Hoy los corazones prendidos en la Union Jack y los de la muchedumbre televisiva jalean a Isabel, como si hubieran sido invitados al convite de Kate. ¿Modernización?, ¿para qué? El estamento elige (también por amor) y borra el pasado de sus nuevos integrantes. Y el pueblo sigue soñando, aunque los envidie y hasta los repugne, con la quimera de una idealizada vida de reyes. Quizá haya que preguntarse si éramos los mismos los que llorábamos entonces que los que reíamos ahora. Porque los plebeyos, individualizados en Elton John sirven un año para derramar lágrimas sobre el piano en el funeral de Lady Di y llegado el momento también para lacrar la sucesión. Tan lejano y presuntamente nuestro este matrimonio de ingleses, más soñado y cierto que los están por venir en los próximos años. Nadie quiere cortar la corbata de él, subastar la liga de ella e irse de luna de miel a Córdoba.