Conciliación

Familia y maternidad por José María Marco

La Razón
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La crisis está poniendo en valor una vez más la importancia de la familia. La cuestión es económica, claro está: la familia ofrece una red de seguridad con la que, sobre todo en los países de tradición católica, contamos automáticamente. Sabemos que nuestros familiares nos van a ayudar, como nosotros estamos dispuestos a ayudarles en caso de apuro.

Ninguna institución es capaz de sustituir esta actitud. Se le suele atribuir efectos preventivos, como si esta solidaridad fuera lo único que nos preservara del desorden social en momentos críticos. Es posible, aunque tal vez sea más importante aún el hecho de que esa red de solidaridad nos da confianza y por tanto le da más autonomía a la propia sociedad. Se dice que dependemos del Estado. La familia es la mejor prueba de que podemos depender menos de lo que creemos.

La familia tiene poco sentido si no se proyecta hacia el futuro. Por eso cualquier salida a la crisis demográfica –la otra crisis que también estamos viviendo– vendrá de un fortalecimiento de la institución familiar. Es la conciencia de pertenecer a una familia y la voluntad de fundar una nueva lo que nos lleva a continuar la vida. En contra de lo que se suele pensar, además, el núcleo familiar no está limitado a un estilo de vida.

El descrédito que se ha querido sembrar desde hace muchos años no ha afectado a su vitalidad. Al contrario, ha demostrado ser capaz de integrar relaciones nuevas y nuevas formas de vivir la propia identidad. Eso sí, ha llegado el momento en que el Estado deje de contribuir a su desgaste. A falta de mayores ayudas, que al menos no la ataque con impuestos al ahorro y a la sucesión, o con experimentos de ingeniería social.

En el núcleo de una institución tan resistente y tan flexible como la familia está, naturalmente, la madre. También es el punto más débil de todo el edificio porque su papel ha cambiado drásticamente en los últimos cincuenta años.

 No hay forma de volver atrás en este asunto, pero en un mundo en el que somos más libres que nunca para ser lo que queremos ser, la maternidad (es decir, el ser el centro mismo de la vida de una sociedad libre) no debería volver a ser visto como una cosa del pasado. Es una elección tan legítima como cualquier otra y los poderes públicos deben proporcionar todas las oportunidades posibles para que se realice.