Cádiz

El proletario

La Razón
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Ayer, el trabajador (manual, se entiende) de Almacenes Vázquez, Bazar Sevillano, La Preventiva..., gozó su primera alegría extralaboral al conocer la fundación de los sindicatos: unas agrupaciones creadas para defender sus intereses y reivindicar sus justos derechos. Pasado el disfrute, el trabajador empezó a ir a la huelga un día sí y otro también, no poco después, como estaba protegido por los directivos, inventó el fascinante juego de quemar las iglesias y arruinar a los patronos con los plantes, lo que hizo estallar una guerra civil. El trabajador de hoy no quema iglesias, de momento, y se limita a cobrar, como «liberado», del Gobierno que le concede el dinero de los contribuyentes. De ahí que pueda venir a la Feria de Sevilla, tenga un televisor de 300 pulgadas, para ver cómo pierde el equipo de casa; veranea en Cádiz, se traslada en su Ford Fiesta, se construye una piscina en la azotea, bebe güisqui «etiqueta negra» y tiene una compañera para todo, especialmente para lo que ustedes saben; aparte la culminación, se emperejila tal como vestía el Duque de Windsor y el resto lo reposa en la gandulería paseante o en el remoloneo del sillón de felpa, sólo lee difícilmente las crónicas de fútbol y zanganea según le corresponde como «liberado». Liberado de trabajar y sin molestar ni un segundo al señor Zapatero, remendón de conflictos sociales a cuenta del fisco. Así, hasta que llegue la utopía del trueque, y yo no sé cómo, entonces, se las van a arreglar los banderilleros. Ayer, los baberos de los niños llevaban inscrita una frase que, al parecer, ha sido heredada por los sindicatos mayoritarios: «Come y calla». El trabajador está hoy en la gloria, sin más obligación que «comer» y «callar».