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Eduardo Punset: «La primera causa de la felicidad son las relaciones personales»

El nuevo libro de Eduardo Punset, «Viaje al optimismo» (Destino), se vende como rosquillas. Pero no es ninguna novedad: ha convertido todos sus títulos de asuntos científicos en auténticos «best-sellers».

Eduardo Punset: «La primera causa de la felicidad son las relaciones personales»
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¿El secreto? La cercanía de un hombre que, con varias licenciaturas y másters, un papel destacado en la Transición, numerosos cargos relevantes y diversos premios, ha encontrado la felicidad en «saber lo que le pasa a la gente por dentro», a través de la ciencia, naturalmente.

-¿De verdad existe una receta para combatir la desesperanza?
-No parar. Y ahora hay múltiples razones para no hacerlo. Por ejemplo, hace diez años el premio Príncipe de Asturias Howard Garner descubrió que los niños eran diferentes, cosa que las madres sabían desde siempre. Es decir, descubrió que a unos les gustaba la filosofía, a otros la historia y a otros las matemáticas... Y cuando lo descubrió nadie estaba pensando en personalizar la educación. Hoy, con los ordenadores y las redes sociales, sí se podrá.

-¿Y no exigirá un gran presupuesto?
-Esto lo he discutido bastante con grandes investigadores y la conclusión es que mucho antes que los presupuestos está la capacidad de conocimiento. Tuve la oportunidad de hablarlo con un físico nuclear llamado Gauli, que ha dedicado su vida a la historia de la fotosíntesis. Y su sueño es que haya diseminados por el planeta cien faritos o faros cada uno de ellos con toda la energía necesaria para nutrir el entorno. Y él admitía conmigo que lo que les impide progresar ahora mismo en la energía de fusión no es la falta de recursos, sino la falta de conocimiento.

-Y eso que el conocimiento de nuestros días es mucho mayor que hace años, ¿no?
-Sí, pero no se están aprovechando los grandes activos característicos de este siglo. Por ejemplo, la esperanza de vida está aumentando dos años y medio cada década y esto es muy positivo. Pero alguien debería estar pensando también «¿Qué hago con Eduardo Punset, que pronto tendrá 75 y 30 de vida redundante?». ¿Qué vais a hacer conmigo? ¡Ni Dios está pensando en eso! Si escarbas un poco y hablas de ello, te das cuenta de que el siglo XXI va a ser el de la redistribución del trabajo. ¡No podremos continuar así! ¡No me podréis tener treinta años sin trabajo!

-También se tendrá que redistribuir el espacio ¿no?
-Todo, menos la riqueza. Porque eso se hizo mal, pero se hizo.Lo que es una verdad como un templo es que se ha hecho la inversión más cuantiosa en investigaciones científicas para innovar, como la que se hizo para penetrar en el conocimiento del genoma. Ahora lo sabemos todo: los secretos de una célula mía, de mi especie, de otras especies… Yo sé que injertándote un gen en el ojo te puedo dar una visión de rayos ultravioleta que ahora no tienes, pero no estamos aprovechando para nada todo ese conocimiento.

-¿Y por qué no lo hacemos?
-Para poder hacerlo debemos entrenar a un montón de médicos en la medicina preventiva para que yo pueda ir a un hospital, dar mi dedo, que me pinchen una gota de sangre y luego irme a casa y esperar a que me digan lo que tengo y de qué puedo morir en los próximos veinte años.

-O sea, que sabemos mucho, pero seguimos sin saber casi nada o sin desarrollar casi nada de lo que sabemos.
-A mis nietas siempre les digo que hay unas cuantas preguntas con respuesta, pero que la mayoría no la tienen. Y ésa es la humildad de la ciencia que algunos científicos se niegan a aceptar. Siempre cuento la anécdota de Laplace, que era un científico de la era napoleónica buenísimo. Él pergeñó la teoría del equilibrio permanente de los cuerpos celestes. Tú, aunque no lo creas, estás montada en un planeta que va a 240 kilómetros por segundo, lanzado en el espacio, ¡y no te pasa nada en el pelo! Y así y todo, hay muchos de mis amigos nacionalistas no aceptan que no tienen domicilio fijo, porque su domicilio era otro hace un segundo.

-¿Y la anécdota?
-La teoría del equilibrio permanente de los cuerpos celestes implica que este planeta va a 250 km por segundo y el milagro es que el sol no se coma la tierra, que la tierra no se coma la luna. Napoleón, a quien le interesaba mucho la ciencia, cuando conoció esta teoría le dijo a Laplace: «¿Pero la ha consultado usted con Dios?». Y Laplace le respondió: «Esto no, porque ya lo he comprobado yo, pero todo el resto habrá que consultarlo».

-Es que la ciencia es pura incertidumbre, ¿no?
-Digamos que la incertidumbre es uno de los elementos más bonitos de la ciencia. Yo a los cuánticos del siglo XX les tengo un agradecimiento infinito, porque en un país tan dogmático como éste introdujeron ese elemento de incertidumbre en todo.

-¿Y existe alguna certeza para el optimismo?
-Creo que se va a producir en España una ola generalizada –y en eso se equivocan los líderes sindicales– para consolidar el reconocimiento social de España como uno de los grandes países europeos. España había caído en un pozo de país pequeñito, miserable y endeudado hasta más no poder, y ahora yo tengo indicios claros de que esto va a cambiar.

-¿Cómo cuáles?
-Las elecciones. Ha habido mucha gente que le ha dado el apoyo a un partido político que no tenía nada que ver con ellos, por ser protagonistas del cambio o la innovación. Por primera vez en muchísimos años se ha descartado el análisis irreal, irredento, de derechas e izquierdas, para profundizar en la realidad de las cosas.

-Eso sí que es una novedad en España.
-Sí, y es fantástico, porque coincide con avances estrictamente científicos, como el de constatar que el cerebro se activa con la misma intensidad para responder a una excitación física concreta, como el hambre o el sexo, que ante el ansia de reconocimiento social. Y ésa es una alteración no fisiológica, sino psicológica, de carácter general, que se aplica a un colectivo o a un país, como el nuestro, que tuvo ese reconocimiento y que lo recuperará.

-Eso es optimismo. ¿Los optimistas son más felices?
-Eso está probado. Como también que la gente religiosa, que yo creo que está alejada de la ciencia, también es ligeramente más feliz, tal vez por la esperanza de trascender que les hace aceptar con mayor comprensión determinados procesos.

-¿La fe es la primera causa de la felicidad?
-No, ni mucho menos. La primerísima desde hace diez años son las relaciones personales. El estar solo no conduce a ninguna parte. Hoy he hablado de un Nobel que me decía que a veces la soledad es muy buena para innovar. Y yo se lo rebatía porque le decía que la gran virtud de las redes sociales es descubrir la riqueza, el esplendor de este intercambio de conocimientos, de chismorreos, de genes…

-Esas redes sociales que nos diferencian de los animales, ¿no?
-Hace diez o veinte años, muchos amigos científicos me decían que éramos muy, muy parecidos a los animales. Una artista famosa que conoces, pero cuyo nombre me guardo, me decía: «Eduardo, yo no desciendo de los monos». Y lo le decía: «No, tú desciendes de la mosca de la fruta». Ja ja ja… Pero incluso el que trajo al gorila blanco catalán, a Copito, me lo decía. O sea, nosotros hacemos herramientas más perfectas que los chimpancés, hablamos de manera más compleja que ellos, pero ellos hacen herramientas y se comunican. Luego había una minoría de científicos que decía que no teníamos nada que ver con el resto de los animales, que veníamos de Dios o vete a saber…Pero hace poco me encontré con Tanzaniga y me dijo de pronto: «¿Sabes qué, Eduardo? Somos totalmente distintos que los animales y eso tiene que ver con las redes sociales».

-¿Y en qué consiste la diferencia?
-Recuerdo que el Nobel de Medicina Sidney Brenner siempre me decía: «Los que más me han enseñado son los que no sabían nada de lo mío». Esta capacidad que tienen los humanos para incorporar el conocimiento de otros es lo que nos hace distintos.


Personal e intransferible
Eduardo Punset conserva un hermano vivo –eran cuatro–, tiene tres hijas y varias nietas.
Le llaman «abu» y él les pregunta si en el cole les enseñan la diferencia entre la ansiedad necesaria para estar alerta y el miedo, mientras ellas se ríen. Punset recoge en su nuevo libro, sobre la foto de un surfista, los dos requisitos para la felicidad: «No sólo hay que dar con lo que te hace vibrar –la ola del surfista–, hay que meterle una cantidad de horas inenarrables». Y él le dedica todas sus horas a saber lo que le pasa a la gente por dentro, «lo que sólo puede conseguirse a través de la ciencia». Posiblemente por eso le quieren tanto y él es tan feliz: «Me siento muy bien con ese cariño desproporcionado de la gente».


De cerca
«La gestión emocional es una historia de hace diez años. Hasta entonces un ser emocional era lo peor y tenías que saber controlar tus emociones»