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La Razón
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El caos de la Liga no es nuevo, aunque para algunos lo sea. Cada vez que he advertido de los peligros de la galopante inflación de los presupuestos y la incapacidad general para cubrirlos, he recibido toda clase de descalificaciones. Las deudas con Hacienda, la Seguridad Social y todo tipo de proveedores no son nuevas. La constante del impago a jugadores al final de temporada es casi el símbolo de nuestro fútbol. Desde hace años nos topamos con el problema de los clubes que no pueden cumplir con sus obligaciones. Este año la cuestión ha alcanzado la mayor gravedad. La Federación, que en estas cuestiones parece llamarse andana, ya se ha puesto las pilas para resolver la cantada desaparición de varios clubes de Segunda B, lo que obligará a reformarla o, lo que es lo mismo, reducirla. La Liga de Fútbol Profesional es un estamento dirigido por un ex presidente de la Real, club al que dejó en la miseria. No parece, por su historial, el hombre más adecuado para poner orden en la patronal futbolística. El fútbol necesita reducir el número de clubes profesionales y convertir la Segunda B en Tercera con varios grupos. En Primera y Segunda hay que establecer tope salarial y forzar al cumplimiento de los presupuestos. Hace unos días el Valencia anunció que había reducido su deuda y con los recortes había conseguido acabar la temporada con el beneficio de cuatro millones de euros. No hay otro camino que apretarse el cinturón. Pero todos huyen hacia delante.