Caso Faisán
Víctimas ahora del enjuague
Es triste, sí. La soledad absoluta de las víctimas. Vejadas cuando su firmeza es obstáculo a los desmanes de unos. Ninguneadas cuando otros no las consideran baza electoral. Lo expresaba Daniel Portero, hijo del fiscal asesinado por ETA, la otra noche en Telemadrid: «Tuvimos que copiar uno a uno los 12.000 folios de la causa, con bolígrafo y papel, porque el señor Garzón nos impidió fotocopiarlos. Todo han sido impedimentos, pero vamos a llegar hasta el final». Porque han sido ellas, las víctimas, sólo ellas, con su coraje y dignidad, quienes han conseguido demostrar, contra viento y marea, que en el Faisán hubo un chivatazo a los terroristas para burlar la desarticulación de su red de extorsión en un momento en el que el Gobierno socialista negociaba con ETA y la banda exigía pruebas de buena voluntad. Ni el fiscal ya, siempre tan sumiso al Gobierno, se atreve a sostener lo contrario. Hubo chivatazo y, por tanto, delito, reconoce al fin. Aunque en su empeño por salvar al poder político estaba dispuesto a asumir para los policías imputados una condena leve por revelación de secretos frente a la muy grave de colaboración con banda armada. Apaño sustituido in extremis por la salomónica decisión de un Tribunal dividido y sumiso al enjuague político: revocar el procesamiento, pero sin cerrar el caso. Rubalcaba respira (de momento). Bermúdez ha hecho méritos para otra condecoración. Ruz deberá confirmar su fortaleza de juez íntegro. ¿Y las víctimas? Heridas y solas, como casi siempre, seguirán buscando justicia. Para que la traición perpetrada aquel 4 de mayo de 2006 en el bar Faisán, mientras Zapatero y Rubalcaba negociaban con ETA, no quede impune.
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