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El ejemplo del Rey

La Razón
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Los especialistas en echar la caña en río revuelto han visto en el «caso Urdangarín» una oportunidad para arremeter no ya contra el yerno del Rey, sino contra la propia Monarquía. Vano intento. Los ataques, las insidias y las invectivas, lanzadas desde las vísceras más que desde la inteligencia, apenas si han arañado el prestigio personal del Rey y la fortaleza de la Corona. Así lo demuestra la encuesta que hoy publica nuestro periódico, según la cual la opinión de los españoles es abrumadoramente favorable a Don Juan Carlos y a la Familia Real, pese al comportamiento poco ejemplar del duque de Palma. El buen sentido permite diferenciar claramente entre la conducta censurable de un miembro de la realeza y la del resto de la familia, a la que podrá dañar y doler, pero no arrastrar como si fuera cómplice. En contra de los agoreros compulsivos que cada quince minutos columbran el regreso de la república en las páginas del corazón, los ciudadanos mantienen intacta su lealtad emocional y política a la Monarquía parlamentaria que desde hace 35 años encarna Don Juan Carlos. No sólo porque lo califiquen de fundamental para nuestra democracia (81,3%), o porque lo tengan como el mejor embajador de España (85,3%), sino también porque confían en él y aprueban (88,2%) que haya apartado a Urdangarín de la vida oficial. Además, resulta muy relevante el apoyo del 92,3% de los encuestados a que la Casa del Rey haga públicas las cuentas y sus principales partidas, que ascienden a 8,4 millones de euros anuales, es decir, 19 céntimos por español y año. No cabe duda de que la transparencia, el rigor presupuestario y la gestión intachable de las obligaciones de la Corona tienen especial importancia para los españoles. En una sociedad que ha padecido de forma virulenta la epidemia de la corrupción en sus variadas formas, los españoles valoran y aplauden que Don Juan Carlos y Don Felipe actúen de forma ejemplar. Ésa es la gran diferencia entre una clase política que se ha convertido en la tercera preocupación de los ciudadanos y una Casa Real que, con los fallos o errores que pueda cometer alguno de sus miembros, conserva la confianza de la mayoría y sigue siendo la institución más querida. Meter a todos en el mismo saco, como se ha pretendido estos días, no es más que una trapacería demagógica en la que, por fortuna, no han caído los dos grandes partidos, PP y PSOE. La salud democrática, de la que no andamos sobrados, depende de la estababilidad de las instituciones y su capacidad para adaptarse a una sociedad siempre cambiante. A la cabeza de ellas se sitúa la Corona, garantía de unidad y de permanencia de España. Los españoles tenemos derecho a ser muy exigentes con quienes la encarnan, pero no a jugar frívolamente con ella ni a olvidar las trágicas lecciones de la historia.