¿Cómo filmar la mirada de un niño? No es fácil responder a esa pregunta, aunque muchos cineastas, desde Truffaut a Spielberg, hayan logrado hacerlo. Que cada plano sea un descubrimiento pero también una incertidumbre, un misterio: ése fue el método de Víctor Erice en «El espíritu de la colmena», película cuyo recuerdo hechiza esta «Miel» que cierra la trilogía que Semih Kaplanoglu ha dedicado al personaje de Yusuf. Si «Huevo» corresponde a la adolescencia y «Leche» a la edad adulta, «Miel» se entrega al retrato de la infancia. Es el tiempo de la novedad del mundo, y así lo filma el cineasta turco: como si la luz amarilla que baña una cocina rural fuera la primera que golpea el objetivo de su cámara, como si la naturaleza que mostrará su pulsión de muerte fuera un universo desconocido que esconde las reglas que la explican. «Miel» exige un ánimo sereno: de esa serenidad, que se expresa desde el estatismo de un tiempo suspendido, surge un dolor que será agente de cambio, pero que Kaplanoglu nunca sobredimensiona, fascinado por captar los ritmos del paisaje, la atmósfera apelmazada de un duelo. Hay una muerte que parece organizar el relato, pero lo que dinamiza la película es el ejemplar trabajo con texturas y atmósferas.