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La Razón
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En la endiablada situación de Oriente Medio hay algunos hechos que a pesar de todo, no son muy difíciles de entender. Uno de ellos es que los palestinos no tienen un Estado porque sus autoridades no han querido tenerlo. Para los líderes palestinos siempre ha sido más sencillo vivir de los réditos del victimismo que enfrentarse a la realidad de construir un Estado solvente, capaz de crear unas condiciones de vida digna para sus habitantes, dispuesto a defenderse, claro está, pero también a vivir en paz con sus vecinos, entre ellos Israel. La política de Israel no siempre ha sido, ni es ahora mismo, todo lo clara que se podía exigir. Ahora bien, el hecho fundamental sobre el que gira el conflicto palestino-israelí es la negativa de los palestinos a dotarse de un Estado porque eso llevaría al reconocimiento de Israel, y, con el reconocimiento, al ingreso en la edad adulta, la de las responsabilidades. El «órdago» –como dijo Isaac Querub en el primer foro «LA RAZÓN de...» de este curso– de apostar ahora por un reconocimiento del Estado palestino no supone, por desgracia, un cambio sustancial en esta estrategia. No surge, como debería haber ocurrido, de un proceso previo negociador entre la autoridad palestina y el Gobierno israelí. En consecuencia, no ha ofrecido garantías suficientes a los israelíes. Tampoco supone el fin del terrorismo. El «órdago» ha surgido al amparo de las revueltas árabes, en un momento de cambios en las alianzas en la zona y con un trasfondo de amenaza. Desde esta perspectiva, la actuación del Gobierno de Rodríguez Zapatero, comprometiendo la posición de España en el respaldo a una actitud cuyo único valor es, en el mejor de los casos, puramente táctico, resulta la traca final de la irresponsabilidad militante que ha caracterizado estos años.