Historia

Artistas

Mala letra

La Razón
La RazónLa Razón

Cada vez que hago una pausa en mis ocupaciones sé que corro el riesgo de pensar sobre mi vida de ahora y compararla con lo que fue durante muchos años. Podría ser feliz con lo que he conseguido gracias a haber cambiado de conducta y sin embargo debo reconocer que no estoy satisfecho, ni creo que merezca el relativo castigo de haber llegado hasta aquí. No es que considere un error mi alejamiento de aquel mundo sórdido y amoral, lo que pasa es que a veces tengo la sensación de haber traicionado a quienes entonces creyeron en mí y confiaron hasta aceptarme como uno de los suyos. La verdad es que entonces tuve momentos de profunda confusión moral en los que habría dado la vida por cambiar de rumbo, pero ahora tengo serias dudas y he descubierto que un hombre puede tener remordimientos incluso por el imperdonable desacierto de hacer las cosas bien. Yo sé que va a ser difícil que retroceda hasta el lugar de donde vengo, aunque me obsesiona la idea de recuperar el malestar moral de entonces, volver al insomnio y a los vicios y reencontrarme con aquella vida disipada, con aquel submundo glandular y sensitivo, casi sin principios, en el que los besos no eran como pomada para las hemorroides y podías tomar las decisiones sin pensar, tener tres clases de saliva en la boca y disfrutar de las cosas que se comían con la mano. No me importó nunca que una vida de ese tipo comportase riesgos para la salud, ni que me fuese en ella el poco prestigio que aun pudiese tener. No hay un solo esfuerzo que no resulte baldío si no concluye en el cansancio que lo explique, ni una sola virtud que no sea a veces el odioso resultado de la incapacidad para sucumbir a algún vicio. Tal vez tuviese razón el tipo que me dijo que en determinadas personas la decencia paraliza el talento. No digo que yo deteste la decencia, sólo que mi experiencia personal de muchos años me dice que el placer de que se te abra una puerta ante los ojos es mayor en la medida en la que antes te hayan dado unos cuantos portazos en las narices. Y en mi caso no me importa reconocer que guardo un agradable recuerdo de los hermosos malos tiempos, de cuando coexistía con tipos que se guiaban por el instinto de sus perros, me enamoraba de una mujer por el placer de que me dejase y tenía la absoluta certeza de que, gracias al extremo cansancio, las mejores frases las escribiría siempre con mala letra.