Elecciones en Estados Unidos
El centro menguante
Sumergiéndome otra vez en las conversaciones de la capital, escucho a legisladores, «lobistas» y agentes políticos reflexionando cuidadosamente sobre un asunto: ¿Qué pasará si estas elecciones se llevan por delante el centro político estadounidense?
Por ambas partes parece aceptarse como inevitable que ocurran importantes derrotas demócratas, si bien un antiguo secretario del partido, de vacaciones en el Nilo, me decía telefónicamente que, aunque cree que los demócratas podrían conservar aún su mayoría en la Cámara y el Senado, está igual de preocupado por las esperanzas de la Administración Obama que cualquier otro ciudadano.
El temor común es que el giro a la derecha que todo el mundo espera el día 2 de noviembre incluya movimientos tan bruscos que den lugar a la entrada de novatos tan desconocidos que el choque partidista de los dos últimos años palidezca en comparación.
Bill Galston, el filósofo político de la Brookings Institution, fue el primero en señalar que, estadísticamente, el centro ya ha desaparecido. Se refería a los sondeos del Congreso que demuestran que, por primera vez, al parecer no existe solapamiento entre el republicano más de izquierdas de la Cámara y el demócrata más conservador.
Históricamente, siempre ha habido un grupo de republicanos que a menudo votaban con los demócratas y unos cuantos demócratas que con regularidad se alineaban con los republicanos. Pero ahora las fronteras ideológicas están marcadas con precisión y la distancia entre los partidos es mayor.
Lo que hallo a mi regreso de la crónica de campaña en el interior es la expectativa generalizada de que la brecha se amplíe tras los resultados electorales. Obviamente no sabemos quiénes van a vencer. Pero se ha hecho tanto énfasis en algunas primarias republicanas, donde conservadores sólidos se han visto desplazados por caballeros y señoras aún más de derechas, que el estereotipo del «Partido de las Sarah Palin» es comprensible.
La noción podría estar desvirtuada. Desde luego que algunos de los aspirantes cuyas credenciales parecen más cuestionables se van a quedar por el camino. Y otros, cuyas declaraciones de inicio de la campaña fueron inflamables, pueden enfriarse por el camino con pragmatismo. No obstante, lo que se percibe en Washington es que una de las grandes formaciones –la republicana– ha sufrido más que la transición normal entre elecciones. Y la otra –la demócrata– está sufriendo una fabulosa pugna para adaptarse al cambio.
Los demócratas oscilan entre retratar a sus rivales republicanos como radicales ignorantes o como peones de una sofisticada adquisición de Wall Street. Se lo pasan bomba cuando el rival justifica vestirle con ropa nazi.
Los líderes republicanos han de tomarse mucho más en serio el interrogante de quiénes son estas personas, porque estos novatos van a presidir sesión dentro de poco y pedirán los apoyos de sus comités.
El hecho de que tantos de ellos estén financiados en sus campañas por grupos de interés independientes aumenta aún más las posibilidades de cambios políticos radicales. No pronostico un desafío para Mitch McConnell o John Boehner a la dirección del Partido Republicano en el Senado o la Cámara, pero veo una clara prueba de fuego por delante para estos líderes.
Ésta no es, en última instancia, una nación radical, y los republicanos enamorados de nociones radicales de remodelar la sociedad para encajar en su propia filosofía tendrán que volver a tomar contacto con la realidad.
Cuando un partido no hace eso, puede encontrar las semillas de su propia destrucción en la victoria. Los republicanos, y el país, merecen algo mejor.
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