Francia
Eric-Emmanuel Schmitt: «El pesimista es un imbécil»
«Pequeños crímenes conyugales» llega a Barcelona
Podríamos preguntarle de casi cualquier cosa a este hombre que escribe novela, cine, teatro, ópera, que además dirige, y todo lo vende por miles, tanto en Francia como fuera . Recuerden «El señor Ibrahim y las flores del Cotán». Pero toca hablar de teatro por el estreno de «Pequeños crímenes conyugales» en el Poliorama de Barcelona. Cuidado, no les contagie el optimismo.
-Hay títulos que venden por sí solos y este es uno de ellos.
-Se trata de un «thriller». No estaba seguro de si la vida conyugal era una comedia o una tragedia, y opté por un policiaco.
-Es breve como otras obras suyas. Tiene gran capacidad para la síntesis, no sé si es por su formación (es doctor en filosofía).
-La filosofía me ha dado concisión y precisión. Cuando se llega a la concisión se logra la poesía. Diderot, mi autor favorito, decía que Marivaux era poeta por escasez de palabras.
-Mozart, Diderot... Le atrae ficcionar personajes históricos.
-Lo que cuenta para mí es la intimidad. Me gusta hablar de personajes simples y también célebres. Hitler, Mozart o Freud son mitos, es decir, encarnan el pensamiento en forma de cuento. Con ellos puedo reflexionar sobre nosotros.
-En España se le cita junto a Yasmia Reza como los grandes dramaturgos actuales...
-Hemos descubierto que los dos somos tótems, pero no lo comprendemos. Somos muy diferentes (se toma una larga pausa): ella es pesimista y yo soy optimista, prefiere el teatro de lo no dicho, en el mío se dice todo... para mí el misterio está detrás de lo que digo.
-Ambos confían en el teatro de texto, ¿qué opina del contemporáneo, que apuesta fundamentalmente por la imagen?
-Me interesa como espectador, pero no como escritor. Creo que la palabra puede cambiar el mundo, quizá sea ingenuo...
-La preocupación espiritual de su obra resulta evidente...
-Mi mirada es más humanista que religiosa. Las religiones son grandes interpretaciones de la vida, que dan un sentido a la muerte, la enfermedad... Como con los idiomas, es importante conocer varias. Resulta fundamental más aun ahora porque vivimos en un mundo multicultural. «El señor Ibrahim...» logró, a través de la simpatía, el conocimiento hacia el sufismo. Quién va a leer un tratado sobre el Islam; sin embargo, la ficción tiene ese poder.
-Otro de los grandes tótems de las letras francesas es Hoelle-becq, que acaba de conseguir el Goncourt, un premio que usted logró antes.
-Por fin el Goncourt se lo llevó un verdadero escritor con una visión del mundo, una singularidad... Es exactamente lo opuesto de lo que pienso, pero le leo siempre con interés.
-Tanto él como Reza son pesimistas. ¿No le parece que tiene buena prensa el nihilismo entre sus compañeros de profesión?
-Después de la Segunda Guerra Mundial era imposible ser optimista, pero cincuenta años después el pesimismo se ha convertido en un prejuicio invisible. Es como olvidarse las gafas de sol puestas y creer que ves sin filtro: una ideología dominante. Existe cierta esquizofrenia: la gente vive con optimismo (se divierten, tienen niños...), pero cuando abren la boca echan el mismo vómito pesimista. Ha llegado el momento de un optimismo moderno, que respete la vida y que la gente luche por un mundo mejor. Bernanos dice que si el optimista es un imbécil feliz, el pesimisma es sólo un imbécil.
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