Castilla y León

Ética y estética por Pedro Damián de Diego

La Razón
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En una sociedad en la que parece que todo vale, los que nos representan democráticamente, aquellos que teóricamente son los espejos en los que han de verse las nuevas generaciones, tienen la obligación de calibrar la dimensión de sus actos.

No hace falta ser Águila Roja para darse cuenta de que estamos en un momento más que delicado, en el que aflora la pobreza y hay familias que no tienen un trozo de pan para matar el hambre. Por ello, uno se pregunta como ha podido surgir la noticia autonómica de la semana: un dirigente político y cargo público, que además aspira a ser diputado, que se prejubila con 520.000 euros de indemnización de una caja de ahorros en la que se sienta en un sillón del consejo de administración.

Semanas antes, nos enteramos de que su sueldo como trabajador en la citada entidad es, ni más ni menos, que de 106.284 euros anuales y que tal remuneración fue consolidada mientras nuestro personaje se encontraba en excedencia laboral en la empresa en la que era vicepresidente. Y no precisamente por sus máster en negocios e instituciones financieras, ni por sus tesis doctorales en macroeconomía, sino por obra y gracia de la política. Pero, sin duda alguna, lo del salario es fruto del azar.

El último episodio, por el momento, de este sainete se representó ayer. En un acto de desprendimiento sin precedentes, el protagonista de la obra se comprometió en público a no cobrar un céntimo en el caso de que sea elegido diputado y a trabajar gratis por sus electores a cambio de mantener los 520.000 euros de prejubilación: todo un sacrificio. Sin lugar a dudas, la ética y la estética no han estado a la altura que requiere esa actividad tan tristemente desprestigiada que es el trabajo al servicio de los ciudadanos: ¿por qué será?
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