Museo Reina Sofía
La vanguardia zumbona de Arroyo
Hablemos de arte, que también está en crisis. Tengo la convicción de que mucho de lo que está pasando ha pasado ya en la historia inabarcable del mundo. Un bache cultural, en el que la sociedad está cambiando por la fuerza de las circunstancias.
Me impelen a escribir lo que sigue algunas opiniones de un compañero, ilustre pintor español que vive en París y al que tuve el honor de prologar y presentar en su primera exposición en Madrid, en la Galería Biosca. Se trataba de Eduardo Arroyo. Apenas le conocí y vi sus primeros trabajos, me dije: «Este chico es muy fino, muy listo: pinta para iniciados en la modernidad, más bien en la posmodernidad. Es tan literario, tan intelectual, que los "modernos convencionales"no lo van a saber apreciar». Su vanguardia es irónica, zumbona, como una «greguería» de Ramón Gómez de la Serna. Aquí está el quid, su nota más original.
Señorito madrileño
Menos mal que pronto se instaló en París, sin dejar de tener aquí su «pied á terre», porque Eduardo es tan madrileñazo de pro como el mismísimo Ramón. Su estilo y su temática, su mensaje subliminal, tienen la calidad impactante de las mencionadas greguerías. Yo enjuicio el discurso pictórico de Eduardo como una modernidad madrileña inspirada por los sueños y aspiraciones de la Cripta de Pombo. Esto, los madrileños de hoy, no lo ven. Pero éste es su secreto, su toque más original. Es el señorito madrileño más inteligente de la vanguardia internacional.
Pero ahí está su valor, su originalidad. Si la España actual fuera más lista y tuviera más «memoria estética», ya habría reconocido como bien cultural madrileño a Eduardo Arroyo.
En París, Arroyo me presentó a David Hockney, que andaba por allí y se hermanaba un poco con Arroyo para salir de la modernidad espuria, incluso ironizando sobre ella. Se parecen un poco en la palpitante movilidad de su inspiración. Arroyo está vivo y cambia, porque es uno de esos artistas «que piensa». Lo singular de Arroyo –el artista intelectual– es que también hubiera dado que pensar a Ortega y Gasset o a Ramón del Valle-Inclán.
Porque Arroyo opina cosas tan acertadas como éstas: «Todo el mundo entiende de todo y no entiende de nada, no sabe lo que quiere, es "nuestro señor sin gustos"y de vuelta de todo, es un colchón sin eco». Este garboso madrileño se da cuenta de todo. Piensa y pinta en consecuencia. El mensaje, fino, culto y alusivo al pasado más próximo, con un salto a la posmodernidad, no lo saben deletrear muchos de sus paisanos, supuestamente cultos.
Este secreto, de su madrileñismo universal debe ser bien reconocido –por mucho que él nos parezca un español de París– porque ratifica materialmente nuestra entidad de madrileños que han sabido evolucionar, en competición con otras grandes capitales de la cultura.
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