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El casero somos todos

La Razón
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Ahora que la clase política madrileña está descubriendo que los inmuebles que ocupan tienen casero es curioso comprobar cómo afrontan el problema de la mensualidad. Comunidad y Ayuntamiento se han apresurado a tirar de calculadora para ver de donde pueden arañar algo para que baje la cuenta. Aunque en realidad no hay mucho de donde arañar. Caben tres posibilidades: la primera es renegociar con el susodicho casero. En su ADN no suele figurar este verbo. Así que podemos descartar esta opción por ingenua. Luego está la opción del traslado. Si no te gusta el piso en el que estás, te buscas otro. Igual no es tan bonito, tan céntrico, no tiene terraza, pero sale más barato. En tiempos de crisis esta opción suele ser la más razonable. Y si el dinero es ajeno, además es la más decente porque a todos nos gustaría tener un ático dúplex con vistas a El Retiro. Y la tercera opción es la del calor humano. Apretados los quiere Dios. Donde comen dos comen tres, donde caben diez caben quince y donde trabajan 400 igual pueden trabajar 500. No es la solución más cómoda, pero se ahorra en calefacción y fomenta el contacto y el trato más humano. Obviamente esto último es ironía, pero por incómodo que parezca, es que nadie dijo que la crisis fuera a ser el mejor de los escenarios posibles.