Estados Unidos
Que vienen los rusos (otra vez)
Dirección: Michael Brandt. Guión: M. Brandt y Derek Haas.Intérpretes: Richard Gere, Martin Sheen, Topher Grace, Tamer Hassan. EE UU, 2011. Duración: 98 minutos. Thriller
Que Richard Gere sabe peinar canas como Dios manda resulta un hecho innegable, basta con echar un vistazo a la fotografía que da lustro y esplendor a estas líneas. Que Martin Sheen es un actor estupendo y con carisma, también. Pero que la presencia de ambos en esta película sea razón más que suficiente para verla ya lo tenemos menos claro. Y no, el problema no reside en sus pulcras pero inofensivas interpretaciones (con todo, Gere sigue «tirando» en exceso del rictus atormentado desde hace varias películas, quizá porque no le sale otro), sino en una producción que bien podría disfrutarse mucho más y mejor un domingo tonto de resaca y tormenta tumbados en el sofá. Con la opción siempre a mano de pulsar la pausa o el stop cuando te dé la real gana.
Veamos de qué va la cosa, que la Guerra Fría sigue dando para mucha historia aunque parezca mentira en estos tiempos de terrorismo islámico: el misterioso asesinato de un senador de Estados Unidos que parece ha cometido el todopoderoso, casi mítico criminal Cassius, que no practica el boxeo aunque se trata de un peligrosísimo asesino soviético, obliga a un agente ya jubilado de la CIA a formar equipo con un joven y ambicioso agente del FBI obsesionado con la vida y milagros de Cassius. El agente veterano cree firmemente que éste lleva mucho tiempo criando malvas tras haber pasado toda su carrera siguiéndole obsesivamente la pista al delincuente y sus rivales. Motivos, pues, tendrá para pensarlo.
Sobre el papel el asunto no suena mal, ni demasiado bien tampoco, lo malo estriba en la realización, tan plana como previsible, y, mayormente, que este thriller de espionaje con truco lo muestre al espectador casi desde el principio. Hay, sólo faltaría, muchos tiros, más de una vistosa persecución en coche, retruécanos del guión, una esposa atractiva y con hijos muy preocupada por el giro que toman los acontecimientos, acoso a la familia, un psicópata por ahí, un final ciertamente enloquecido... Y, sin embargo, Richard Gere consigue no despeinarse ni en una sola escena. En el fondo, ahí reside el mayor secreto que encierra el filme, con o sin tormento.
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