Nueva York

Falsificación

La Razón
La RazónLa Razón

La venta de falsos cuadros de la escuela moderna por parte de una de las más prestigiosas galerías de arte de Nueva York nos induce a una reflexión consecuente: en primer lugar, sobre el enigma que supone para muchos el valor intrínseco y material del arte más reciente, especialmente en alguna de sus vertientes más extremas y radicales. Existen profanos que se dicen: –«Esto se me hubiera ocurrido a mí. ¿Cómo, antes, no he llegado a entender que yo también habría podido ser un estupendo pintor moderno y cotizable por todo lo alto?».

Ciertamente se equivocan si piensan así, pero tienen una razón para ello. Vamos por partes: no hay que encomiar el significado de las vanguardias del siglo XX, en cuanto a la evolución de un concepto más amplio y complejo, en el aprecio y la valoración de una obra de arte.

Pero, concretamente, en esta pintura que digo, se manifiesta un problema que nos confunde sobremanera. Y es que se puede falsificar con extrema facilidad. Si cualquiera de nosotros nos lo proponemos con ahínco, puede que hasta tengamos suerte y podamos engañar al mercado, dando gato por liebre. Hagan la prueba, pero no cedan a esa última tentación.

Si la obra de arte clásica entraña todo un tiempo de meditación, de cálculo y trabajo material como pieza única, cualquier artefacto moderno parece fruto de una propuesta conceptual que puede repetirse en serie, hasta lo infinito. Lo que antes pudiera considerarse como pieza única, ahora se ha convertido en una «marca» que difunde comercialmente y cotiza al artista. Éste ha dado en el clavo y lo remacha en su personal factoría durante toda su puñetera vida. Son tíos con suerte. Al grande y dramático Caravaggio se lo ponían más difícil.

¿Qué dificultades insuperables ofrece la falsificación de algo materialmente tan simple? Los, sin duda fascinantes, cuadros de Pollock los podemos reproducir en nuestra cocina, agujereando diferentes botes de pintura y paseándolos con habilidad por la superficie de un lienzo. Otra cosa sería si nos propusiéramos falsificar un cuadro del ya citado Caravaggio.

Conocí a una chica muy inteligente que se había hecho un perfecto cuadro de Rothko –muy señor mío– en su cuarto de estar, con diferentes tonos de morado, sacando toda clase de matices con el dedo pulgar. ¡Qué chica tan graciosa, tan ingeniosa, tan guasona y tan refinada...! Era nada menos que Anna, la hija del primer ministro turco, Zamir. Donde quiera que ella se encuentre ahora, yo la saludo con reverencia.

¿Se me entiende lo que quiero decir? Esto se lo debemos al mismo sistema económico que nos tiraniza en la actualidad. El valor real del arte moderno más actual –sobre todo, de carácter abstracto–, en el mejor de los casos, hay que considerarlo y estimarlo un tanto aparte, como podemos valorar el perfecto diseño de una cafetera doméstica, de una carrocería, de un mueble original y caro...

¡Ah! pero el avispado comercio y la especulación han hecho su agosto atribuyendo a este producto suntuario un valor superior y oscilante, como la bolsa. –«Esto es arte, gran arte de nuestro tiempo».

Sí, sí: avalado por la crítica y la banca, confabulados en una sola operación. Conductismo ideológico y económico a nivel superior. «Estafa hipnótica y sugestiva», que alcanza cotas metafísicas. «Divino latrocinio mercantil», introducido como un duende maligno de la Historia del Arte. Así lo veo yo y muchas gentes razonables.

El opulento sujeto estafado ha podido decirse así: –«De modo que esto es "el Arte", esto es lo que vale. Me parece muy bien. Tengo algo de dinero y una cierta posición. Puedo permitirme el lujo de comprar una obra de arte moderno que es un emplazamiento seguro, que sube de precio, que puedo revender con provecho, que puedo legar a mis descendientes…».

El tonto opulento se expone a que abusen de él de una forma bien lamentable. Que la pintura se deprecie con el tiempo, que su autor pase de moda y no vuelva a cotizarse mejor, que la obra siga siendo impertinente y desagradable de ver, aunque respetada como un fetiche mágico y, finalmente, que dicha obra sea una falsificación. ¡Tachán! Esto les ha ocurrido a esos mismos banqueros corruptos y fautores de la crisis que nos doblega. Ahora, ellos mismos han caído en su trampa y comprado a precio millonario el arte concebido como simple moneda de cambio y no mucho más. Se han llevado su merecido.