Nueva York
Highsmith la racista depresiva
Una biografía revela las obsesiones, enfermedades y la patología de una escritora controvertida que arrastraba problemas afectivos desde la infancia
Decía el ídolo más temprano de Patricia Highsmith, Oscar Wilde –cuya tumba vio emocionada en su visita a París de 1962– que «hay algo infinitamente vulgar en las tragedias de los demás» (en «El retrato de Dorian Gray», para más señas). Y esa es la impresión que uno tiene al leer las vicisitudes de la escritora tejana: la vulgaridad de su ascendencia –una madre histérica y un padrastro que le resultaba odioso– y la vulgaridad que ella misma construyó a base de neurosis y misantropía; todo nacido en una infancia traumática que iba a marcar su literatura y sus relaciones interpersonales hasta que murió en Locarno, en 1995.
«Las obsesiones son lo único que me importa. Lo que más me interesa es la perversión, que es el mal que me guía», dijo en su diario de 1942. Y a fe que es cierto, como ha comprobado magníficamente la dramaturga Joan Schenkar (1952) en «El talento de Miss Highsmith» (traducción de Clara Ministral). La biógrafa destaca en el prólogo esa frase rotunda, y a lo largo del libro nos ofrecerá las claves para conocer el laberinto emocional y creativo de Highsmith a partir de los numerosos «cahiers» –ocho mil páginas de cuadernos y diarios– que ésta dejó escritos y ordenados. Highsmith era una adicta a hacer listas de todo tipo, a la limpieza, a tener caracoles como mascotas y a los Martinis, entre otras cosas. Sufrió anorexia, depresiones, alcoholismo, enfermedades hematológicas y arteriales y hasta un cáncer de pulmón, pero evitó mencionar su mala salud en público. Era una lesbiana promiscua y a la vez anotaba pensamientos misóginos. Ingeniosa, desagradable, una solitaria que tenía gran vida social, de mil formas fue descrita Highsmith, de mil formas la veremos nosotros ahora. Su historia es la de una huida imposible: huir a Nueva York, Pensilvania, Italia, Inglaterra, Suiza; imposibilidad de escapar ante la tortura de los recuerdos y sentimientos. Odia con la pasión de una enamorada a su madre (Schenkar habla de que Mary, ilustradora de moda, fue su «verdadero amor que no se atrevió a decir su nombre»); la detesta pero parece no poder vivir sin sus opiniones. Insultos, agresividad, cartas llenas de veneno en las palabras, por años y años, aun separándolas un océano.
Infancia sin cura
El odio justifica la vida de Highsmith, como si la atara a la infancia maltrecha desde que su divorciada madre se la llevara de Fort Worth para imponerle un padrastro del que tomará su apellido (ella se llamaba Mary Patricia Plangman). Una infancia que no está curada y que va a sangrar cuando, por un lado, descubra en casa un libro que la iba a fascinar para siempre, «La mente humana» (1930), del psiquiatra freudiano Karl Menninger, que le proporcionó «modelos clínicos» con los que comparar sus propios estados mentales cambiantes», y por el otro, cuando la realidad social neoyorquina se abra a sus instintos. Y es que, una vez instalada en Nueva York, vive junto a un manicomio y una cárcel, junto al canal de Hell Gate y el ferroviario hacia Canadá. «¿Puede haber algo más contundente que este plano? En Astoria (Queens), a los nueve, diez y once años, la pequeña Patsy Highsmith, que ya tenía tendencias asesinas y melancólicas», se halla frente a «unos puntos cardinales» formados por «el Crimen, el Castigo, las Vías del Tren y el Infierno», las «coordenadas (...) del Territorio Highsmith».
He aquí una de las partes más interesantes de la biografía, pues Schenkar no se limita a seguir la pista de Highsmith, sino que penetra en su temperamento y sensaciones, en comprender cómo el entorno influye en la construcción de un imaginario artístico que crece, uniforme, en contraste con una existencia contradictoria y sufriente: Pat conocerá a su padre biológico a los doce años; en su actitud y cuadernos se muestra antisemita, xenófoba y racista; lee «Mi lucha», de Hitler; ve un potencial asesino en cualquier tipo con el que nos tropezamos en la calle. Mujer insoportable para unos, pero espléndida para otros; como en el caso de Truman Capote, que en una carta a la directora de la residencia Yaddo, donde él pasó una temporada, recomienda en 1948 a «una escritora joven» que «tiene un gran don, y un solo relato suyo revela un talento más refinado que el de cualquiera que haya conocido antes. Además, es una persona encantadora, educada, alguien que te va a caer bien, seguro».
En efecto, a Highsmith le llega una invitación de ese centro de escritores, músicos y artistas, donde pasará dos meses escribiendo «Extraños en un tren», bebiendo y teniendo diversos «affairs». En 1943 había empezado una andadura que siempre ocultará, avergonzada, como guionista de cómics, en un periodo en que esta industria emergía en EE UU. Lo interesante de ello es ver cómo relaciona Schenkar la pulsión de huida de Highsmith, su vínculo con los superhéroes –«escapistas natos»– y la concepción de su máxima figura, Tom Ripley. Superman o Batman «habitan en un mundo de constantes amenazas y se pasan la vida huyendo de peligros externos (...), evitando que se desvele la identidad de sus álter egos». Y lo mismo le pasa al farsante Ripley, «el escapista más conseguido de Pat», el asesino que se escabulle, aquel que sí llegó a huir de verdad. No hay un héroe-criminal –así lo definió Highsmith– más original en la literatura de suspense contemporánea. Conserva su lozanía como Dorian Gray en su cuadro; fue la imagen de la escritora la que se corrompió hasta el extremo, también como al final el rostro del personaje de Wilde: las fotos de juventud muestran a una Pat de cierto atractivo, la instantánea de la portada de esta biografía ofrece una bella Patricia madura, la Highsmith que llegará a la vejez adquiere la forma de alguien feo y deteriorado. Por dentro y por fuera: tragedia y vulgaridad. Pero quién puede excluirse de tal mezcla.
Una bibliografía de cine
Patricia Highsmith, la patriarca de la novela negra, ha disfrutado de un gran número de adaptaciones cinematográficas. Hay que empezar por «Extraños en un tren», de Alfred Hitchcock, un clásico en blanco y negro del maestro del suspense que consiguió respaldo de crítica y público. Otro de los grandes títulos que saltó a la pantalla fue «A pleno sol», con Alain Delon. Es la versión más lograda de «El talento de Mister Ripley», la primera entrega del célebre asesino de la autora. Después, se llevaría al cine «El amigo americano», dirigida por Wim Wenders y con Dennis Hopper. El actor Matt Damon también se ha metido en la piel de Ripley en una posterior versión de «El talento de Mister Ripley» y John Malkovich en «El juego de Ripley», de Liliana Cavani.
«Patricia Highsmith»
Joan Schenkar
Ediciones Circe
768 páginas. 29 euros
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