España

La decadencia subvencionada por Francisco Nieva

La Razón
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Tenemos que tragar esta píldora amarga. No cabe duda de que el IVA le va a costar al arte español una merma de actividad y consumo. Cuanto menos se produce, menos se consume. Es natural. Empobrecimiento cultural y humillante que, además de juzgarnos pobres, se nos puede tomar como menos inteligentes: «Estos españoles gastosos, petulantes, pícaros y defraudadores son, además, unos zoquetes».

Y atención a esto: No sólo estamos ya suficientemente colonizados por ideas y producciones extranjeras, sino que las propias no pasan por su mejor momento, salvo casos bastante aislados. También el dinero mostraba aquí su resultado más perverso. El propósito de hacer más dinero con ideas y espectáculos más vulgares.

Esto, ni lo nota el ciudadano ni lo lamenta ni lo exalta. Lo acepta, lo asume y comprende que los negocios son los negocios. Si tiene que pagar más caro el cine o el teatro, irá menos o se aguantará. Es fácil suponer que, en un clima económicamente tan materialista, la entrada de las audaces y gratuitas ideas de muchos ingenios apenas tendrá quien las entienda, las considere y las admita. Lo excelente minoritario se queda fuera, como una amenaza de ruina.

Y esto es lo que ya estaba ocurriendo en España, disimulado y camuflado por la propaganda económica. No sólo no se cuidaba nuestra proyección cultural en el extranjero, sino que no era fácil promocionar vulgaridades tan semejantes a otras foráneas. O sobresales en algo, o nadie te hace caso.

Y aquí yo me paro al margen de culpabilizar a partido alguno. Lo que parece claro es que «la democracia capitalista» va fallando en múltiples aspectos. Reformas, desde luego, hay que reformar y encauzar de nuevo muchas cosas . Ni todo vale lo mismo ni todo tiene derecho a subvención sin discriminación alguna. El Estado no es una teta inmensa e inagotable. Ya vemos que se puede gastar mucho y se puede gastar muy mal, que no es la riqueza la que genera la cultura, sino al revés. En estos tiempos, de una evidente crisis cultural, ni los países más ricos de Europa –hasta el momento– producen deslumbrantes ofertas culturales o artísticas. Hay una confusión de valores en la que todo se mezcla y arroja un coeficiente grisáceo y monótono.

Lo mismo que hace años yo sentía una gran desazón ante las siniestras y desmesuradas urbanizaciones, cuando asistí a un festival de teatro en Avignon, hube de sentir la misma angustia ante la confusión que reinaba en tan prestigioso certamen francés. Lo primero que se notaba era un malestar laboral y una violencia competitiva que restaba valor a lo mejor, para meter por las narices lo más pedestre o pretencioso.

Una de las instituciones más generosamente subvencionadas por el Estado presentaba con toda rimbombancia una obra de Kleist «Anfitrión» reducida a una estetizante payasada que hacía mangas y capirotes de todo, para desolación de aficionados y especialistas. Y para confusión y des-información del sufrido pueblo, sin ninguna idea del autor alemán ni de su mitológico protagonista. Entraba en el teatro sin saber nada y salía sabiendo menos. Aquello, más que una joven demostración parecía el capricho de un viejo cansado y tan «de vuelta» de todo que se daba el gusto, petulante y desafiante, de presentar su vetustez modernista como una indiscutible novedad. Aquel montaje tan malo tenía sus defensores interesados, pero era una muestra de decadencia de lo más aburrido y triste.

La misma sensación que sentía ante la macro urbanización de Seseña por el animoso «Pocero». En el caso particular de Avignon, lo más destacable de todo eran las airadas reclamaciones de unos y otros, artistas y técnicos. Me parecía como una exhibición del «estado de malestar» y de la «sociedad del malgasto». En dos palabras, «la decadencia subvencionada». Y, encima, protestada y desacreditada.

A ver quién levanta ese monumento caído de la noche a la mañana. Parece que la cultura occidental ha quebrado lo mismo que un banco. Hay que buscar y poner en claro los motivos de este gran bache. Ha llegado la hora de muchos arrepentimientos, así como de cuantos remiendos sean necesarios para recobrar esa conciencia cultural, ahora vendida al poder del dinero. Y no hay que perder la esperanza, todo se puede remediar. ¡Con el tiempo, ay!