Elecciones generales

Casco no retornable

La Razón
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Es curioso que el PSOE, que durante el zapaterismo se ha caracterizado por laminar a su vieja guardia, sostenga en estos momentos a Rubalcaba como su gran esperanza blanca, mientras que el PP, partido en el que tradicionalmente la veteranía ha sido un grado, haya optado por prescindir del ex ministro que tantos quebraderos de cabeza dio en otros tiempos al actual presidente adjunto.

La decisión sobre la candidatura asturiana ha sido complicada: las bases del partido en el principado apostaban, según las encuestas, por el regreso del «jedi» Cascos para librar una pelea autonómica que, como en el resto de las comunidades, amenaza con convertirse en la madre de todas las batallas. Esa apuesta, sin embargo, chocaba frontalmente con la del grueso de la dirección popular asturiana, poco dispuesta a hacer hueco a un señor que amenazaba con hacer limpieza general. Entre las dos opciones, la de presentar una candidata menos carismática pero respaldada por el aparato, o la de dejar vía libre a Cascos, al que ese mismo aparato le iba a hacer la cama en cuanto se diera la media vuelta, Rajoy, consciente de que, en este momento, la siglas ofrecen más garantías que el nombre de quien las encabeza, ha preferido apostar por la marca frente a la persona. El líder popular ha decidido que, frente a un adversario derrotado por su propia incompetencia, más vale partido unido con candidata de perfil bajo que cabeza de lista guerrero con las espaldas descubiertas.

Si ha acertado o no, se verá en mayo, pero hoy, lo que llama poderosamente la atención es que, quince años depués de aquellos combates dialécticos entre ambos que dieron lugar a la famosa campaña del doberman, Rubalcaba sigue moviendo los hilos de su partido y del país, mientras Cascos se va a su casa con el orgullo magullado.