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Un gran sacrificio
Las palabras «sacrificio» y «economía» han estado en los últimos tiempos más presentes que nunca en el discurso político. Sin embargo, al analizar los retos económicos del nuevo Gobierno arribamos a una extraña conclusión: para ahorrar sacrificios económicos a los ciudadanos, el nuevo presidente deberá protagonizar él mismo un gran sacrificio. En pocas palabras, deberá tener la modestia necesaria para reconocer sus propias limitaciones. Dirá usted: Rajoy es hombre contenido y moderado, francamente poco arrogante para ser un político; si reconoce sus limitaciones no estaría acometiendo ningún sacrificio digno de mención. Pues bien, veamos.
Dos son, a grandes rasgos, los problemas económicos que atraerán la atención del inminente presidente: la solución de los desequilibrios de la Hacienda Pública y la adopción de las medidas y reformas necesarias para recuperar el crecimiento y la creación de empleo. En ambos casos si Rajoy no reconoce sus limitaciones podrá imponer a la población sacrificios duros e innecesarios.
En lo relativo a la Hacienda Pública el peligro mayor es que caiga en la arrogancia socialista (me refiero a los socialistas de todos los partidos, empezando por el suyo) de pensar que el Estado del Bienestar debe ser defendido y expandido por motivos «sociales», y de creer que para hacerlo hay «margen» para subir los impuestos.
Los argumentos socialistas son muy atractivos, y de ahí que Rajoy no pueda desmantelarlos sin abordar el flanco que los socialistas siempre cuidan menos: la libertad de los ciudadanos. En efecto, para resistir el canto de sirena de la expansión del Estado del Bienestar es imprescindible tener presente que no es un regalo de las autoridades sino una imposición de las mismas sobre los ciudadanos, siempre a costa de éstos. Así, reducir ese Estado no puede ser visto como algo incuestionablemente nocivo. De igual forma, el famoso «margen» para subir los impuestos olvida al contribuyente, que ya padece una elevada presión fiscal, y no por el hecho de que en otros países dicha presión sea incluso mayor va a justificarse que pague aún más. De ahí la modestia necesaria para reconocer, como alguna vez ha dicho el propio Rajoy, que donde mejor están los euros es en los bolsillos de los ciudadanos. Los socialistas siempre encontrarán bellas excusas para arrebatárselos, alegando que el Gobierno los gastará mejor que la gente: el reto de Rajoy estriba en rechazar esa ambición ilustrada y despótica.
El segundo campo son las reformas. Allí no le faltarán propuestas: le lloverán planes, programas y «arbitrios», como decían los antiguos, para resolver los problemas de todos los mercados, empezando por el laboral. ¿Qué hacer? Pues igual: tener la modestia de reconocer que no sabemos muy bien cómo organizar la sociedad desde el poder, y por lo tanto lo aconsejable, más que promulgar leyes y más leyes, sería ir removiendo los obstáculos y «estorbos», como diría Jovellanos, que se alzan frente a la libertad de los ciudadanos de disponer de lo que es suyo, de su propiedad, de sus tratos y sus contratos. Eso será un sacrificio para Rajoy, que deberá aguantar tanto las críticas del pensamiento único como su propio impulso a recortar la libertad de los ciudadanos, por su bien, claro.
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