
Escritores
Artículo de fe

Un viejo ensayista, Alcántara García, contaba que los españoles tenemos «fantasía rica y plástica, sensibilidad viva y enérgica, tendencias sensuales, espíritu soñador y aventurero, exaltados sentimientos patrióticos, fervoroso e intransigente sentimiento religioso, idolátrico y supersticioso a la vez; inteligencia penetrante y poco reflexiva, falta de sentido práctico, amor a las formas externas, valor personal y colectivo, vanidad y orgullo…». Es una definición curiosa, atrevida, incorrecta vista con los ojos de un contemporáneo. Aunque no sabemos si todo eso que asegura el autor es cierto… Hace mucho tiempo que se dijo por escrito. Quién sabe si fue atinado en su momento y quién sabe si, de serlo entonces, seguimos pareciéndonos a ese retrato antropológico un tanto ingenuo y anticuado. Quizás hayamos cambiado y el carácter de nuestros abuelos no sea reconocible en nosotros. O tal vez no. La religión, por ejemplo, nos sigue despertando fervor e intransigencia porque ni siquiera necesitamos ser o sentirnos religiosos para que el sentimiento religioso (y el anticlerical es, sobre todo, un sentimiento religioso) se convierta en una bandera intelectual, moral, filosófica o económica que no dudamos en sacar a la calle a la primera oportunidad. Estos días pasados, a propósito de la visita del Papa, hemos visto cómo la religión católica impulsaba a quienes deseaban reunirse con ocasión de la JMJ 2011. Y hemos visto también que un fuerte sentimiento religioso incitaba a gente a oponerse impetuosamente a la presencia de Benedicto XVI en Madrid. Gente a la cual la visita no les importaba, en el fondo, ni un bledo, y que en otros tiempos raramente se habría fijado mucho en ella, también se ha puesto en pie de guerra. Si bien lo que se ha podido ver con claridad estos días, lo que destacaba sobre todo en este espectáculo de topetazos ideológicos y morales entre contrarios, lo que más abundaba como fruto maduro de los tiempos, ha sido la intolerancia. Esa manía de no ver más allá de nuestras narices intelectuales, esa costumbre tan española de suponer que la verdad y la razón están de nuestro lado y nunca cruzarían a la acera de enfrente; el hábito de considerar a la justicia un artículo de fe que nos pertenece, patrimonio exclusivo de cada uno. Algo muy español, que diría Alcántara García. Aunque quién sabe…
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