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Un transgresor de la literatura por Joaquín Arnáiz
Le conocí cuando regresó de Inglaterra en el año 1977. En España la narrativa, salvo gloriosas excepciones, todavía olía mucho a la pólvora contra el Régimen. De hecho, hablar de una literatura que no pudiera encasillarse en la lucha gloriosa del compromiso era una forma casi de culpabilidad. Y en eso estábamos, que llegó Pombo. Poeta que nada más regresar gana el premio de poesía de El Bardo, pero no fue eso lo que llamó la atención y lo que haría, finalmente, que los plumillas fuéramos a entrevistarlo. No. Había dos cosas que destacaban: la publicación en el mismo año de un libro titulado atrevidamente «Relatos sobre la falta de substancia», y una forma de ser y de expresarse semejante a un lord escocés en el exilio. Y así desembarcó en las letras madrileñas como una bocanada de aire diferente, y a la vez curiosamente emparentado con las rarezas de Azorín, Unamuno o Machado. Luego, novelas fundamentales en nuestra narrativa como «El héroe de las mansardas de Mansard» (que ganó el Premio Herralde de Novela en 1983) o «El metro de platino iridiado» (que obtuvo el de la Crítica en 1991) dejaron bien asentada su categoría literaria e intelectual. Su uso personal del lenguaje y su capacidad para crear personajes atrajo no sólo a la crítica, sino al público en general, hecho que vino a refrendar la obtención del Premio Planeta 2006, con «La fortuna de Matilda Turpin». Y que ahora, el Premio Nadal, uno de los más importantes y consagradores, viene a afirmar el lugar diferente, original, provocador y siempre literario del cántabro Alvaro Pombo (1939). Transgresor en la vida, en la literatura e incluso en las opiniones públicas, Álvaro Pombo es tan capaz de escribir una sorprendente «Vida de San Francisco de Asís» (1996) como de desarrollar impresionantes personajes femeninos («Donde las mujeres», Premio Nacional de Narrativa 1996). Maestro en diálogos y en las tramas psicológicas, donde los planteamientos filosóficos no son sino la propia materia narrativa, dirá en un momento de «Donde las mujeres»: «Tenía que haber ahí un fondo indecible que sólo mediante la negación podía ser indicado».
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