Valencia

Agradables asesinos

La Policía saca un cuerpo de la vivienda en Castellar
La Policía saca un cuerpo de la vivienda en Castellarlarazon

De ese hombre de 33 años que dejó a la hija pequeña con los vecinos y se fue para casa llamando a la puerta de las otras viviendas, en Valencia, todo el mundo dice que era encantador, agradable, educado. Que cuidaba las formas y saludaba con corrección. Según le iban abriendo, agredía a los que se asomaban, matando a un chico menor de edad y a su padre e hiriendo gravemente a la madre. Nadie sabe por qué ni cómo.

Al estilo del de Valencia, otro homicida imprevisible, un individuo de 34 años, atravesó hace un mes la bancada de la iglesia en Madrid buscando una mujer embarazada. Era alguien a quien le había impresionado la película «Kill Bill», de Tarantino, que comienza con un tiroteo en el que queda acribillada una novia embarazada, que pasa de ser una peligrosa mamba negra, a una rubia con la razón suspendida, en un coma de difícil retorno.

Fue el 29 de septiembre, sólo unos días antes que el aquelarre de Valencia. El tipo dispara y mata a la mujer encinta, dispara a otra que deja herida, hace un nuevo intento de llevarse por delante a uno de los fieles que rezan, se mete el cañón en la boca y aprieta el gatillo. La pistola era un arma de fogueo, de hierro dulce, y estalló en la mano del criminal, pero la bala le atravesó el cráneo. Dicen que era un chico fenomenal, pero que la droga le pudrió el seso.
Es algo parecido a lo que ocurrió en Valencia, donde la Guardia Civil asegura estar convencida de que el agresor de sus vecinos había consumido droga. En eso se parecen los dos extraños homicidas: eran encantadores, pero también letales.

Se estudia si los dos llevaban tiempo consumiendo estupefacientes y si hicieron mezclas. Porque, a lo que se ve, los dos tuvieron una reacción súbita, propia de un paranoico o de un desesperado con paranoia. Los consumidores de larga duración pueden tener estas reacciones de forma inesperada. De confirmarse que estos dos lo eran, no se vería nada extraño que los dos hubieran cambiado su humor a medida que aumentaban el consumo hasta convertirse en «killers», homicidas, de voluntad secuestrada.

El pistolero de la iglesia estaba hundido. Sus brazos apenas tenían músculo. Él creía que el diablo lo llevaba detrás. Su vida era una maldición poblada de ruido según se quejaban los que le conocían.

Una sociedad turbulenta
Si los homicidas atípicos se convierten en peligrosos, después de un largo consumo, es porque tienen la cabeza atorada por las drogas desde hace años. Son los signos de una sociedad turbulenta en pleno cambio.

El supuesto homicida de Valencia estaba desorientado. Decía que había una muerta en el suelo, que él no había tocado. No parecía culpable de una operación premeditada. Fue detenido y trasladado por la Guardia Civil al cuartel de Alfafar, donde se negó a declarar. De allí, a la presencia del juez. Pero continúa el misterio.

Dos jóvenes de treinta y tantos, buenos chicos, que de pronto explotan tras una situación insoportable. Quienes nos gobiernan creen que deben ser intolerantes con el alcohol y con el tabaco y es posible que tengan razón, pero no hacen todo lo que debieran contra el consumo de drogas. Ellos están contra el humo, no contra los polvos blancos. España está en el club de cabeza de los países más corrompidos por el uso de cocaína. En España se persigue el tabaco, pero menos a los que fuman porros. Un fumador es un apestado. En la actualidad, la cocaína a largo plazo destruye los cerebros, introduce ideas de persecución y obsesión, y mata o atenta contra la vida de otros, convirtiendo al homicida en un tipo desconocido irredento. Va siendo hora de que conozcamos mejor a las nuevas figuras delincuentes.