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Las bomberas

La Razón
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Las chicas duras se quejaban de que había discriminación para entrar en el cuerpo de bomberos y ahora les han puesto las pruebas un poco más fáciles para tocar la sirena y, si hace falta, lo mismo apagar un fuego en el horno que salvar a una anciana que se haya quedado atrapada en un árbol.

Yo la verdad no sé por qué hacer esa diferencia de sexos obligando a correr cargados tantos metros en tan pocos segundos, si luego cuando los llaman los vecinos siempre se acaban quejando de que llegan tarde. Pongamos que la diferencia de velocidad de acción entre el miembro femenino y el masculino lo anula casi siempre el tráfico. Luego está lo de subirse por una escalera larga y entrar en un incendio, ese momento crucial de: «¿Hay cojones, o no hay cojones?». Y al contrario de lo que se podría pensar, yo creo que las mujeres tienen menos miedo al fuego por simple y vieja educación sexista, después de haber pasado muchas más horas en la cocina apechugando con los múltiples accidentes que suele haber con la lumbre. En cuanto al manejo de la manguera, no me cabe duda de que hay muchas con experiencia y habilidades dignas de mención.

Una de las ventajas que uno ve a las bomberas es que cuando entran en un domicilio tras echar la puerta a hachazos, cascando y haciendo trizas todo lo que se les pone por delante, ellas podrían tener el detalle con el inquilino de no contemplar el escenario como un campo de batalla, sino como el hogar que todavía puede volver a ser, respetando un poco más el mobiliario.

Como ven, no hay mucho que oponer a la integración de las damas en un cuerpo tan prestigioso por otro lado en nuestro país. Es más, hasta podrían quitarle a los colegas la condición de mito erótico, sacando periódicamente su tradicional calendario en paños menores. Podría dar mucho juego, desde el casco a la barra de bajada al garaje. Más fuego, por favor.