Felipe González

Socialdemocracia

La Razón
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El 9 de mayo del año pasado, Rodríguez Zapatero varió drásticamente el rumbo de su política. Del populismo keynesiano pasamos en un instante al ajuste. No hubo el menor esfuerzo por argumentar el cambio, o mejor dicho la improvisación, y el PSOE ha acabado desbordado por su izquierda, los sindicatos de «clase», IU y la Indignación. Ante este panorama, el PSOE intenta ahora una nueva estrategia, como es volver sobre sus pasos para preconizar políticas contrarias a las que él mismo está aplicando desde el Gobierno. El nuevo «mantra» del PSOE se llama socialdemocracia.
Socialdemócratas fueron llamados los partidos socialistas que aceptaron, hace más de un siglo, los sistemas liberales y democráticos. Damos por descontado que el PSOE recorrió ese arduo camino en su día y que ahora no se trata de eso. Socialdemocracia es también el nombre del conjunto de políticas sociales y económicas aplicadas en muchos países occidentales después de la Segunda Guerra Mundial. No las aplicaron sólo los partidos socialistas, sino también los conservadores y los demócrata-cristianos. Se suele hablar de un «consenso socialdemócrata» entre 1945 y los años setenta, una época que constituye el paraíso perdido del socialismo actual. Tony Judt, el historiador inglés, escribió antes de morir una sentida elegía de aquella edad de oro, un texto que ha sido muy leído en nuestro país.
Como dicen Ángel Rivero y Jorge del Palacio en su trabajo sobre la socialdemocracia publicado en el último número de «Cuadernos de pensamiento político», los partidos socialistas, tan perjudicados en la Europa de estos tiempos, han dejado de mirar al futuro para contemplar con añoranza una época pasada que ahora nos proponen restaurar. Conviene recordar que cuando Felipe González aplicó políticas socialdemócratas en España, en la década de los ochenta, el consenso socialdemócrata ya no existía. Él mismo puso en marcha medidas que nada tenían que ver con aquella arcadia de seguridad y redistribución. Ahí están la reconversión industrial, la reforma laboral, la flexibilidad de horarios, las privatizaciones y la liberalización del comercio, políticas típicamente «neoliberales». En realidad, en España nunca ha habido socialdemocracia en sentido estricto, lo que contribuye a explicar los peculiares problemas de nuestro Estado de Bienestar.
La nostalgia se ejerce por tanto sobre un objeto que nunca existió. Así es más fácil, claro está. Por otra parte, las políticas socialdemócratas se basaban en un consenso moral muy sólido. Uno de los elementos básicos, innegociables, de la socialdemocracia era el anticomunismo, bien correspondido por el odio de los comunistas hacia los socialdemócratas. Otros elementos eran la confianza en el consenso mismo, el apego al proyecto nacional, la lealtad a la empresa –con vidas laborables previsibles y pautadas–, la adhesión a la familia (heterosexual y estable, ni que decir tiene) y la interiorización de valores morales estrictos que encuadraban la vida de las personas. Sería interesante que el PSOE profundizara y argumentara su nostalgia, tan conservadora, de aquel mundo estable y homogéneo que se rompió en mil pedazos con la crisis económica y las revoluciones culturales de los años setenta.