España
La otra Gioconda estrena sonrisa
El Museo del Prado exhibirá, en la sala 49 y hasta el 13 de marzo, la «gemela» de «La Gioconda». El público podrá verla antes de que se preste para una exposición en París
No es «La Gioconda», la original, la que pintó Leonardo da Vinci, y pende de una de las paredes del Louvre, pero casi que daba igual. Lo malo de los iconos «pop» es que contagian a todas sus inmediaciones. Y esta copia de la «Mona Lisa» lleva camino de arrastrar esa mitología, que le ha puesto cristal blindado y perímetro de seguridad a la pieza de París, para evitar más robos y disuadir a los locos que aspiren a dañarle la cara a la dama para inscribir su nombre en la historia.
Primeras visitas
La presentación de la réplica de esta pieza, la que conservaba El Prado, se convirtió ayer en noticia, más que por la minuciosa rueda de Prensa, por los comentarios y valoraciones que los visitantes de la pinacoteca hacían al encontrar- se con la pintura, ya célebre, en la sala 49 –donde el público podrá contemplarla hasta el próximo 13 de marzo, fecha en la que se prestará para una muestra sobre el taller del maestro florentino que le dedica el Louvre–. Para una señora, con bolso y entrada un poquito en años, aunque con desparpajo y mucho ingenio en la lengua, no había dudas: «Éste está mucho más logrado que el otro. ¡Mira qué sonrisa! ¡Y qué color! ¡Pero si es mejor que el otro!». El otro es el del Louvre, claro, el que salió del pincel de Leonardo. Una amiga, al lado, se unía a la conversación con alegría: «Ésta parece más joven. Tiene más claridad. Me gusta más la de París, aunque tampoco la he visto en persona. Sólo por fotos». Había quien hacía patria y la reivindicaba desde un punto de vista del gusto –que para la mayoría es un aspecto subjetivo– para salvar la diferencia de calidad que separa la copia del auténtico. Pero este entusiasmo espontáneo dejó enseguida paso a las preguntas y el enfado, que siempre ha sido un tema muy español. «Lo que no me explico es por qué la sacan ahora. Me parece que lo hacen con mucho retraso». Y la de más allá, otra mujer con el bolso bien sujeto debajo del brazo: «Hombre, hay un cambio. La cara es más delgada, más fina. Se nota que también es una joya». La presentación dejó claro que el original de Leonardo y éste se realizaron a la vez. El examen de la reflectografía demuestra que los dibujos subyacentes comparten paralelismos y también incluyen arrepentimientos y enmiendas (aunque con las diferencias de estilo propias de dos manos y dos talentos distintos), como se puede apreciar en las manos, la línea del pecho, o el trazo del óvalo de las dos cabezas, rebajado en las dos piezas. El descubrimiento del paisaje –y su coincidencia con un dibujo posterior de Da Vinci– descarta posibles autores y las reduce a dos: Salaí y Francesco Melzi, ambos compañeros y discípulos de confianza del autor de «La dama del armiño». Aparta, por tanto, la posibilidad de que la hubiera ejecutado Fernando Yáñez, como sugerían algunos expertos italianos.
Lo que todavía resulta un enigma es la procedencia. La obra ha permanecido en El Prado desde que se inauguró. Pero ¿cómo llegó a España? Existen dos hipótesis: a través del escultor Pompeo Leoni, que también era marchante de arte y compró una gran cantidad de obras de Leonardo para traerlas con él a España; o porque el cuadro llegara a través de los gobernadores españoles que mantenían en los siglos XVI y XVII relaciones con el milanesado.
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