Bocas del Toro o el Panamá salvaje

A sólo una hora en avión del bullicio de la capital panameña, de los rascacielos y los atascos de tres horas, las islas de Bocas del Toro tientan al espíritu con la calma que trae la suave brisa del Caribe. En el extremo norte de Panamá, pegadas a Costa Rica y a su Parque Natural de Manzanillo, el archipiélago en el que desembarcó Cristóbal Colón en su cuarto y último viaje a las Indias es uno de los escasos paraísos donde el tiempo fluye a ritmo de oleaje, constante pero también pausado, y donde el turismo ha logrado mimetizarse con un entorno de colosal belleza sin devastarlo. Un destino exclusivo alejado de convencionalismos y ornamentos más allá de los propios de estas tierras y estas aguas, cálidas ambas. Poco más que un atardecer en cualquiera de sus centenares de playas –desperdigadas en sus cuatro islas mayores y sus cayos e islotes– se necesita para disfrutar de una velada inolvidable o un amanecer único en pareja donde no encontrará más compañía que la de las tortugas o las miles de aves que conviven en el santuario de Swan's Key.
Mestiza y criolla como fue todo el Caribe español, el archipiélgao acumula tantos tesoros que es imposible enumerarlos: bosques lluviosos cuajados de flores, arrecifes coralinos incomparables, isletas de manglar inexploradas, villas indígenas preservadas en el primer parque nacional marino del país... 

Dos aerolíneas locales vuelan a la isla de Colón, donde se encuentra la capital de la región, por unos 140 euros. Una vez allí, las opciones son infinitas. Conviene establecerse al menos unos días en la capital o sus alrededores para visitar la espectacular Playa Bluff, en cuyas dunas conviven surfistas y tortugas, o la Playa de las Estrellas, donde se divisan casi sin querer rojizas estrellas de mar por decenas. En la ciudad de Bocas, apenas cuatro calles –algunas aún sin asfaltar– muestran la típica arquitectura afrocaribeña, coloridas cabañas de madera en donde desde principios del pasado siglo residían los trabajadores de las plantaciones de banano de la United Fruit Company, dueña y señora de la zona.

En la capital de Bocas encontrará todo tipo de alojamientos, desde el coqueto Palma Royale (desde 70 euros noche) hasta las eco-cabañas de palafitos del Aqua Lodge (300 euros).
En Isla de Bastimentos, a diez minutos en bote y tres euros del embarcadero de Colón, se halla el pantano de mangle más grande de Panamá, donde viven ranitas cuyo veneno es un alucinógeno natural. En el interior de la isla destaca un gran lago de agua dulce donde anidan varias especies de tortugas marinas. Playa Red Frog, a la que se puede llegar en un paseo por 2 euros en taxi acuático, es una de las más bellas. Un arenal blanco interminable donde no hay tumultos, apenas una decena de bañistas. Para alojarse, el eco-resort Eclypse de Mar, por 180 euros la noche. Muy cerca está Cayo Solarte, donde podrá bucear sobre una pared vertical de corales blancos. En el otro extremo, los Cayos Zapatillas, donde pasar una romántica jornada de ida y vuelta porque nadie vive allí, aunque no haya otro lugar mejor para vivir.
 

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