Podemos

Operación «Vía Láctea»

Santiago Carrillo celebró, ante una veintena de periodistas, una rueda de prensa clandestina para demostrar que estaba en España y pedir la legalización del PCE

El aspecto que tenía cuando entró clandestinamente en España con el disfraz
El aspecto que tenía cuando entró clandestinamente en España con el disfrazlarazon

Es difícil olvidar aquel 10 de diciembre de 1976. El día anterior se había puesto en contacto conmigo uno de los responsables de prensa del Partido Comunista de España (clandestino, aún) y me dijo que, a media mañana del día siguiente, tenía que estar, junto con un fotógrafo (trabajaba en la agencia Europa Press), en una cafetería de la calle Felipe II de Madrid, enfrente de El Corte Inglés, para un asunto importante. Los comunistas confiaban en la agencia, por su impecable servicio a la verdad , en tiempos difíciles como los que estábamos viviendo.

Los del PCE se hicieron esperar, por aquello de la seguridad y para comprobar si nos había seguido alguien. Nos metieron en un coche con el que empezamos a dar vueltas y vueltas, incluido El Retiro, por el que entonces se podía circular. Alguien llamó a todo esto «operación Vía Láctea», por los del Camino a Santiago, una comparación un poco desafortunada. Cuando comprobaron que la situación era segura, nos dirigimos a un piso de la calle Alameda, a espaldas de donde hoy se encuentra el Ministerio de Sanidad, y nos condujeron a una sala, habilitada con sillas de tijera de madera, en la que estábamos una veintena de periodistas, la mayoría de ellos de medios extranjeros.

La zona estaba prácticamente «tomada» por militantes del PCE, que vigilaban en cada esquina, en una demostración de fuerza y seguridad, que después quedó demostrada con ocasión del entierro de los abogados laboralistas asesinados en la calle Atocha de Madrid. Carrillo llevaba entonces una escolta, formada por miembros del partido, algunos de ellos trabajadores de la empresa Pegaso, que impresionaban por su fortaleza. El dirigente comunista temía más la acción de incontrolados que pudieran asesinarle que su arresto por las Fuerzas de Seguridad que, a partir de lo que iba a ocurrir a continuación, se convertiría en objetivo prioritario.

Y apareció Carrillo ante nosotros (sin la peluca blanca que utilizaba entonces para pasar inadvertido, ya que la había dejado en la sala contigua). Junto a él estaban otros dirigentes del PCE. Aferrado a sus inseparables pitillos Peter Stuyvesant, que fumaba uno tras otro, hablaba con lentitud, con un perfecto dominio de la situación, como si quisiera que apuntáramos hasta la última coma. Con el carnet del PCE en la mano como única identificación después de tantos años de clandestinidad, pidió la legalización de su partido. Yo sólo le hice una pregunta, sobre si temía ser detenido, y creo recordar que contestó que estaba preparado para ello. Lo cierto es que días más tarde fue arrestado por la Policía. La peluca, curiosamente, se convirtió en un auténtico «trofeo» para los investigadores. Estuvo poco tiempo en la cárcel y, ya en libertad, se puso en marcha el proceso, que concluyó con la legalización del PCE, en lo que se dio en llamar «Sábado Santo Rojo». Después se supo que, cuando Carrillo compareció en la rueda de prensa del 10 de diciembre, poco menos que tenía la garantía de que su partido podría concurrir con su nombre a las elecciones democráticas. Era una condición necesaria para que la Transición pudiera discurrir, con todos los problemas que hubo, hasta la consolidación de la Democracia. Como suele ocurrir siempre, conforme se fortalecen las libertades, los comunistas pierden fuerza, y España no fue una excepción.

Pasado un año, nos volvimos a reunir con Carrillo en el mismo piso y le preguntamos sobre su experiencia de los últimos doce meses. Tras el consabido discurso político, comentó una anécdota. En el centro de Madrid había visto una pintada: «Mataremos al cerdo de Carrillo». A los pocos días, alguien escribió debajo: «Cuidado, Carrillo, que te matan al cerdo».