Grupos
En casa de mamá por Jesús Fonseca
¿Pero cuándo pensarán estos chicos irse de casa? Es la pregunta del millón. La que muchos padres se hacen –aunque en voz baja–, tanto por lo vidrioso del asunto como para evitar chantajes emocionales. El caso es que el número de jóvenes españoles que permanece en casa sin emanciparse, va en aumento. Tan sólo los italianos y los griegos lo hacen también tan tarde con respecto al resto de Europa, aunque no tanto como nosotros. Al menos siete de cada diez jóvenes españoles de entre veinte y veintinueve años vive con sus padres. Lo dice un esclarecedor estudio hecho público estos días, realizado por la Fundación La Caixa. Normal, dirán algunos, que los chicos se agarren a las faldas de mamá. ¿Dónde van a ir que mejor estén? Lo que les espera es un mercado laboral muy precario. Y, si difícil es acceder a la propiedad, tampoco resulta fácil irse a vivir de alquiler. Cierto. Visto así no merece la pena, desde luego, irse de casa. Y, aún menos, si se les está diciendo todo el santo día: «Hijo, hija, no te marches hasta que tengas un trabajo estable». O no os vayáis sin que hayáis dado la entrada para comprar un piso. Dice Fernando Savater, y ¡cuánta razón tiene el filósofo!, que las familias de antes eran «más represivas, más impositivas». Que ahora son mucho más liberales y ofrecen irrepetibles ventajas. Así que nada de extraño tiene que los hijos se eternicen en casa. Razones no faltan: cuando no es la falta de un trabajo fijo es la ausencia de una situación económica minimamente sólida. Y si no, la necesidad de ahorrar alguna calderilla para el futuro. Y ahora tenemos la excusa perfecta: la crisis. Pero no nos engañemos: si los hijos acaban quedándose en casa es, sobre todo, porque están muy a gustito. Mamá y papá se ocupan de casi todo; tienen la intendencia asegurada. Nada como la felicidad doméstica. Y menos en los tiempos que corren. Nuestras criaturas tienen razón: no se debe, en tiempos de tribulación, hacer mudanza.
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