Berlín
Estampa: llega a la mayoría de edad con mucho arte
La feria cumple dieciocho años. Ayer abrió sus puertas con 3.000 obras y 80 expositores, abrumadora presencia de fotografía, mucho vídeo y un artista invitado, José Pedro Croft, nombre imprescindible y puntero del arte luso
¿Dónde está Pedro?», pregunta alguien mientras gira la cabeza hacia un lado y el otro como buscándole con premura. «En el metro», responde Isabel Elorrieta, la directora de la Feria Estampa, que ayer abrió sus puertas y no las cerrará hasta el domingo. Hablamos de José Pedro Croft, uno de los artistas portugueses con mayor alcance internacional y que ha sido invitado este año por la dirección y es el encargado de diseñar la imagen oficial. Además, se puede ver una individual de su obra última, una serie formada por 53 grabados de diferentes tamaños realizados al aguafuerte, aguatinta, manera negra y punta seca.
La Caja Negra, uno de las ochenta expositores (entre nacionales y extranjeros) que participan este año de mayoría de edad de este encuentro de arte múltiple contemporáneo (cumple 18 años), ha reservado una pared en la que Croft, en rojos anaranjados, se mide con un contundente Richard Serra tan negro como rotundo. «Ambos dialogan a la perfección y se admiran. Ha sido deliberado reunirlos casi frente a frente», explica Fernando Cordero de la Lastra, director de la galería, mientras el resto de los stands que lo flanquean, Coro (Madrid), Spectrum (Zaragoza), Factoría (Santiago de Compostela) y Moisés Pérez de Albéniz (Pamplona), se afanan en dar las últimas puntadas y atender las primeras visitas.
José Pedro Croft parece ajeno al tráfago, aunque llega con el tiempo justo para soltar bártulos y cuadrarse delante de una cámara. Se expresa en un portugués sosegado pero con ritmo. «Mi obra está abierta; trabajo con la densidad, la tensión y los límites, que fluctúan entre el hacer y el deshacer», explica Croft de su obra sobre papel. Hablamos de la conexión entre la escultura y la gráfica, «sí, se ve en cada uno de mis trabajos precisamente porque lo que yo hago en tres dimensiones es lo que llevo después al papel. Utilizo los cubos. Repito la matriz que ya está en la plancha, que me sirve para crear volúmenes. Se trata de un juego de densidades muy elemental», comenta el artista mientras repasa con la vista las obras en negro, verde y naranja que tiene en la pared de enfrente: «El color para mí es densidad, del negro al naranja». Nunca hace más de 24 reproducciones de una misma serie. De la pequeña exposición que presenta en Estampa realizó 35 pruebas de estado para estampar 12: «Cuando acabé tuve la sensación de que había llegado a algún sitio y de que quería saber cuál era la siguiente estación».
A pesar del retraso del metro y del trajín de las entrevistas, el creador portugués es muy sigiloso de movimientos. ¿Su obra también lo es? ¿Está hecha desde el silencio? «Es tan silenciosa como un volcán. No se oye, pero se siente. Hace ‘‘boom'', hasta que estalla», asegura mientras rompe la seriedad y ríe sin compostura. De Portugal dice, que hay una generación de recambio que empuja y pega fuerte y que ha tomado el relevo de los compañeros de Croft que han pasado ya de los cincuenta. Él, precisamente, cogió el testigo de las vacas sagradas del arte portugués, de la que forman parte nombres como los de Juliao Sarmento, Paula Rego, Júlio Pomar o Joana Vasconcelos, y ahora hace ademán de entregarlo a quienes vienen detrás. «El mundo del arte siempre ha sido difícil, no voy a descubrirte nada nuevo, y ahora tampoco atraviesa un buen momento, pero es que la crisis salpica a todos.
Claro está que lo que más se resiente es la parte comercial, la transacción económica, para nada la parte creativa». Y se pone serio, muy serio para decir que «el arte existe antes del mercado, que es lo que le proporciona tanto viabilidad como un contexto en el que situarse.
Decir que en el mundo del arte quien importa es el que colecciona y no quien crea es una perversión total y es desconocer la historia. El artista tiene que hacer su obra, no vivir de ella, porque no significa el estatus del artista», y avanza un paso al asegurar que «el arte es un regalo que el creador hace al mundo».
Aunque tiene el aspecto de un hombre invisible se confiesa «bastante curioso, un artista a quien le gusta experimentar y viajar, porque yendo de un lado para otro se conoce, se tienen más oportunidades». Abre mucho los ojos cuando se le pregunta por las nuevas tecnologías: la relación se cortocircuita, se ríe como no queriendo reconocer que no es la ideal: «Uy, somos como el ‘‘on'' y el ‘‘off'', no viajamos juntos», confiesa como si deseara excusarse. Curiosa respuesta de alguien cuya obra ha recorrido medio mundo, bien en exposiciones individuales o en forma de colectivas y con la que ha cruzado el planeta.
Fotografía y vídeo son dos de los soportes que más llaman la atención en esta convocatoria: están presentes en bastantes de las 80 galerías, en blanco y negro, en colores muy vivos, desnudos, paisajes. Para Moisés Pérez de Albéniz, que muestra una serie imponente de Pello Irazu en la galería del mismo nombre, «no podemos pasar por alto lo que está ahí. La imagen es una referencia para las nuevas generaciones. Toda nuestra cultura hoy es visual, pero no olvidemos la importancia que tiene y que desempeña la obra gráfica». La galería se ha hecho con el premio de la Comunidad de Madrid, que ha sido para «Doce estaciones», que firma Txomin Badiola, otras tantas imágenes montadas sobre Dibond en caja de madera. Premio que también ha recaído en Pat Andrea, presentado por Benveniste Contemporany, por una serie de fotograbados en blanco y negro, y Artists Anonymous, colectivo afincado entre Londres y Berlín, por su fotografía «Judith», que se puede ver en la madrileña La Cámara Oscura.
Isabel Elorrieta, la directora de Estampa, se muestra optimista, a qué negarlo, con las perspectivas que presenta: «Los soportes que se exhiben son aquellos en los que están trajando los artistas. Nuestro público se acerca de una manera natural al vídeo porque es una creación que nos resulta ya muy cercana», comenta, mientras espera que esta edición funcione como ha ocurrido otros años. Fernando Cordero no quiere echar las campanas al vuelo tan temprano y prefiere ser cauto: «Vamos a ver, en España no se vende bien nada, lo que sucede es que esta es una feria que está consolidada y a la que empujamos año tras año. Ahora que no atravesamos buenos tiempos le echamos imaginación y mantenemos el nivel de calidad. El coleccionista que se gasta dinero funciona en los tiempos de bonanza, aunque hasta aquí se acerca quien está interesado en obra gráfica y múltiple o quien empieza y lo hace con pujanza», comenta, mientras apoya la idea de la presencia de las nuevas tecnologías, «siempre bajo la idea de la edición».
La feria reúne este año unas 3.000 obras de artistas cuyos precios oscilan entre los 200 y los 150.000 euros. Como novedad, el desembarco de la todopoderosa Marlborough, con obra imponente de Francis Bacon y Manolo Valdés (con una bellísima «Dorothy II» de 2010, en aguafuerte, aguatinta y punta seca), tanto que te dejan de una pieza. En Estiarte, una galería veterana que sabe capear temporales, llaman la atención las obras de Jaume Plensa, así como las fotos firmadas por Eduardo Nave. Dionis Bennassar cuelga unos maravillosos Mompó, para llevártelos bajo el brazo, lo mismo que sucede con las «Tierras de silencio, Chile (Proyecto Kokeske)», que fotografía Raúl Belinchón ante las que es obligado pararse.
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