Los Ángeles
Larga vida al Thyssen
El museo cumplió ayer 20 años, en los que se ha convertido en referente cultural de España. Los Reyes volvieron ayer a sus salas
Una de las pinturas favoritas de la baronesa Thyssen es de Gaugin. También lo era del barón, ya fallecido. Su título es «Mata mua» («Érase una vez») y la pintó el artista francés en su retiro en la isla de Martinica, haciendo patente el nuevo comienzo de su vida y también como una forma de recapitulación. Ayer, una gran muestra de Gaugin fue inaugurada por los Reyes, el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, y el presidente de la Comunidad, Ignacio González, para celebrar el 20º aniversario de la pinacoteca, y en el ambiente flotaba ese aire de inventario. Y, haciendo recuento, los grandes ausentes ayer fueron Borja Thyssen y su esposa, y Francesca de Habsburgo, hija del barón, que tampoco se dejó ver.
Hoy nadie discute la grandeza del museo. ¿Cuántas ciudades en el mundo soñarían con tener un paseo del arte como el de Madrid? Harían falta muchos jeques árabes pagando al contado obras maestras para tener en sus emiratos la colección que, hace hoy 20 años, se instaló en el Paseo del Prado y que forma uno de los ejes culturales más importantes del mundo. Claro que es fácil decirlo ahora, porque en octubre de 1992, cuando el Estado español gastó 44.100 millones de pesetas (350 millones de dólares) por una colección de 775 obras de arte, se avecinaba el peor momento económico de España en democracia, y que desembocaría en un (¿les suena?) 24 por ciento de paro. España había acometido grandes esfuerzos con los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla, pero pocos se acuerdan de este hito cultural que perdurará como parte del patrimonio y como una de las mejores inversiones nunca hechas en España. Van Eyck, Lucas Cranach, Durero, Caravaggio, Rubens, Frans Hals, Van Gogh, Gauguin, Kirchner, Mondrian, Klee, Hopper, Rauschenberg son algunos de los nombres que llegaron a Madrid como parte de la colección del barón Thyssen, a la que hay que sumar la de la baronesa, formada por 485 obras de todos los periodos, aunque, de manera especial, del Impresionismo. El arte, como dice el tópico, tiene un valor incalculable. Pero en este caso, sólo las piezas que son de la baronesa (que están en depósito en el museo desde 2004) podrían alcanzar en el mercado un precio de más de 700 millones de euros.
Duras negociaciones
«Soy consciente de que de esta crisis tenemos que salir todos juntos. He decidido prestar de nuevo mi colección por responsabilidad», dijo Carmen Cervera este mismo año, cuando se rubricó el acuerdo con el Ministerio de Cultura para prorrogar el préstamo de su colección, cuyo valor casi iguala el de todo el Ministerio, que este año tenía asignados 789 millones de euros. Ese día, Cervera recordó los hechos de dos décadas atrás: «Yo no traje la colección de mi marido a España para venderla, sino para que se quedase aquí. Lo mismo digo de la mía», aseguró. Y es que el proceso no fue sencillo. Las negociaciones habían empezado varios años antes, entre miembros del Gobierno español, los mejores abogados del país, los asesores del barón. Lo realmente decisivo fue la participación de Carmen Cervera, que logró inclinar la balanza hacia Madrid frente a la oferta alternativa, la única seria, y que llegaba desde Los Ángeles. Cierto es que el Gobierno de entonces lo puso todo de su parte, vaciando las arcas públicas, eso sí, incluido un emplazamiento único: el Palacio de Villahermosa, que fue restaurado por Rafael Moneo. Parecía que concurrían todos los elementos necesarios para una historia de éxito. Así fue. Durante sus dos primeros años, el centro tuvo 600.000 visitas, una cifra que no ha hecho más que crecer, gracias a que sus fondos son perfectamente complementarios con los de El Prado. En el nuevo museo quedaban bien representados movimientos artísticos escasamente presentes en los museos españoles, como la pintura moderna –siglos XIX y XX–, y otros tan reconocibles como el Impresionismo, Postimpresionismo, Expresionismo alemán, las primeras vanguardias y especial atención a la escuela norteamericana del XIX, que apenas tiene representación en los museos europeos.
Desde que se decidiese la instalación de la colección y del museo en Madrid, el nombre Thyssen ha ido ligado a múltiples pleitos con la Prensa de testigo. Primero, el conocido «pacto de Basilea», por el cual la baronesa se ocuparía del arte y olvidaría el patrimonio empresarial del barón, un pacto que ha estado permanentemente en pleito. Después, y son más conocidos, el enfrentamiento entre Carmen Thyssen y su hijo Borja, cuyo papel como heredero está en discusión. Precisamente como consecuencia de aquel «pacto de Basilea» han llegado algunas tensiones recientes con el Ministerio. Como la baronesa decidió renunciar al patrimonio, hace poco tuvo que reconocer que no tenía liquidez financiera. Incluso reveló que fue una de las claves para traer la colección a España. Esa necesidad de líquido empujó a la baronesa a subastar una pieza: «La esclusa», de John Constable, cuya venta le reportó 27,9 millones de euros.
«Yo también sufro las tensiones del mercado», comentó la semana después de que el emir de Qatar comprara por 190 millones de euros un cuadro de Cézanne. «Cézanne es un postimpresionista, un periodo que está muy bien representado en mi colección, con Renoir, Pisarro, Degas, Monet, Sisley... Lo digo para que se entienda qué son las presiones del mercado del arte», añadió. Dos décadas después, la historia ha llegado a buen puerto. Las exposiciones temporales han ido ganando en calidad y cantidad, hasta culminar en las más exitosas en la historia de la pinacoteca: las de Antonio López y Edward Hopper, dos hitos en la cultura reciente. Del americano no se había hecho nunca una muestra tan completa en Europa y en Madrid recibió más de 322.437 visitantes, sólo unos miles más que la de López. Hoy mismo pueden visitar la de Gauguin, que acaba de inaugurarse. Y que vengan otras dos décadas más tan prodigiosas.
El mundo del arte le pone un 10
Soledad lorenzo/ Galerista
Ha sido y es un lujo de Museo porque lo que ha hecho el Thyssen no lo podía hacer el Reina Sofía ni el Prado, centros a los que ha enriquecido y servido de complemento y, con ello, a toda la vida cultural nacional. El nivel de sus exposiciones es fantástico y, además, está en un sitio maravilloso para hacer un recorrido artístico. Hay que darle gracias siempre a la baronesa por permitirnos disfrutar de esta joya.
José Jiménez/ Crítico
No cabe la menor duda de que la apertura del Museo Thyssen es una aportación fundamental para el mundo del arte, con una calidad extraordinaria en su colección. Llenó un vacío y nos debemos alegrar por ello. Su línea de trabajo es, además, impecable, muy positiva tanto desde la dirección primera de Tomás Llorens como ahora con Guillermo Solana. Protejamos nuestros museos porque son parte de nuestro patrimonio.
Carlos Urroz/ Director de ARCO
Cuando hablamos del Thyssen lo hacemos de uno de los grandes hitos culturales de Madrid. Además de un edificio bárbaro, sus exposiciones se superan cada temporada. Ahí tenemos la muestra extraordinaria de Hopper o aquellas en las que se ha sabido combinar lo clásico con lo contemporáneo. Como centro es una referencia. A todos los invitados a ARCO los llevamos cada feria a ver el museo.
Rosina Gómez baeza/ co-directora de YGB Art
Suplió un vacío y dinamizó el mundo artístico. Hoy, dos décadas después, es una referencia; sin embargo, yo destacaría algo que me parece aún más importante: ha conseguido aunar y fundir lo público con lo privado, que es la línea en la que hay que perserverar y trabajar en el futuro. Fue ejemplarizante la actitud de quienes trabajaron entonces con la idea de que una colección tan valiosa se quedara en España.
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