Música

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La desmemoria por Paloma PEDRERO

La desmemoria, por Paloma PEDRERO
La desmemoria, por Paloma PEDREROlarazon

Andaba preocupada con este asunto cuando el pasado domingo A Tu Salud dedicó su número a hablar sobre ella: la memoria. La mía ya no es lo que era. Y pienso: antes, la pasión vital me pedía recordar; me importaban tanto las citas, las llamadas, los aniversarios… ¿Cómo olvidar que esperaba la carta de un amigo o de un productor al que había enviado una obra? Mi entusiasmo me llevaba a una gimnasia mental sin esfuerzo alguno. Cómo no me iba a aprender el teléfono de ese novio nuevo. Ese romance duraría eternamente y apuntarlo en la agenda era poco delicado, lo pasaría de su tinta en mi mano hasta la mente para instalarlo en el corazón. La bella ingenuidad de lo intacto. Cuando yo era joven tampoco había tantas máquinas. Comencé a escribir con boli y hasta mucho tiempo después no tuve ni ordenador ni teléfono móvil, los que todo lo guardan. Las máquinas nos roban la memoria. Ellas lo retienen todo por ti. Y los niños: veo a mi hija y sus amigas poner música y cantar leyendo la letra en la pantalla de la computadora o de la play. Es cómodo, no intentan aprenderse las canciones. Era tan hermoso memorizar las canciones favoritas… Ahora las máquinas trabajan por nosotros y sin ellas no funcionamos. La memoria hay que ejercitarla, igual que la musculatura y el amor. Pero da pereza.

Cuando se tiene todo en un pequeño artilugio y además tu disco duro, el de tu cabeza, está tan lleno, da pereza. En el mío no caben más nombres que los que puedan impactarme en el alma. A veces pienso que el desgaste neuronal es una defensa de la especie contra el sufrimiento. No sólo olvidamos dónde pusimos las gafas, olvidamos también que la pareja o el amigo nos ofendió. Y eso es un ataque directo al resentimiento. Esos olvidos nos hacen más felices.

Seguramente por eso tantos viejos se suavizan con la edad. ¿Será también que tenemos que olvidarnos de que la muerte está más cercana? La desmemoria nos protege de la decadencia. Lástima que no sepamos aceptarlo.