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China extiende su poderío

Desde Turkmenistán a Angola, pasando por Irán, Argentina o Venezuela, China, la segunda potencia económica, expande sus redes por el mundo en desarrollo. Se abastece de recursos naturales, abre mercados para sus productos, compra enormes extensiones de terreno y financia infraestructuras faraónicas que después sus propias empresas se encargan de poner en pie, con mano de obra prácticamente china.

Defienden sus intereses con gran agresividad ante Tibet, India o Taiwán
Defienden sus intereses con gran agresividad ante Tibet, India o Taiwánlarazon

PEKÍN- La eclosión del gigante asiático en Asia, África y América Latina es seguramente uno de los fenómenos más importantes de nuestra época. Una realidad tan decisiva como escasa es la atención que le prestamos.

Un libro de investigación recién publicado en España («La silenciosa conquista china», Editorial Crítica) intenta sacarnos del letargo, abordando por primera vez de manera global el fenómeno. No es ese su único mérito. Los autores, Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araújo, han viajado a 25 países en desarrollo para explicar cómo China consigue abrirse paso incluso allí donde la inversión occidental retrocede o abandona. «El mundo pensó que, con la apertura de China, ésta se iba a occidentalizar. Lo que está sucediendo es justamente lo contrario: el mundo se está sinizando», diagnostican, citando al historiador británico Martins Jacques. La abrupta irrupción del país comunista, concluyen, no sólo está alterando drásticamente la balanza del poder global, sino también exportando un modelo que ofrece muchas oportunidades económicas para sus socios, pero también injusticias, desigualdad y destrozos medioambientales.

Una lógica neocolonial
Los autores sostienen que el despliegue de China por el mundo en desarrollo sigue una lógica neocolonial, similar a la del Imperio Británico o a la del «imperialismo occidental», ya que se abastece de materias primas sin procesar, al tiempo que inunda los mercados con sus manufacturas. Por ejemplo, recuerdan que China refina el 30 por ciento de la gasolina que consume Irán, país que sostiene la segunda reserva de petróleo más grande del mundo. Algo similar ocurre con la soja que importa desde Brasil y Argentina, el gas de Turkmenistán, el cobre, el acero y un largo listado. Al no existir una sociedad civil ni un Estado de Derecho, las empresas chinas no sufren presiones ni necesitan disimular una actitud de transparencia.

La internacionalización del modelo chino está liderada por grandes empresas, la mayoría estatales o con un fuerte respaldo de Pekín, que empiezan a batir a sus competidoras, sobre todo en entornos complicados y en regímenes embargados o castigados por Occidente, como pueden ser Sudán, Zimbabue o Venezuela.

Para abrirse camino, utilizan los recursos de los últimos 30 años de crecimiento, cuya acumulación es fruto de la «represión financiera» a la que se somete a los ahorradores chinos. Sirviéndose de esta ingente reserva de capital, se posicionan y reproducen su modelo de desarrollo, enviando incluso su propia mano de obra a construir puentes, estadios, presas y aeropuertos. Al final, concluyen Cardenal y Araújo, la población local apenas se ve beneficiada por la lluvia millonaria de inversiones, algo que está generando crecientes recelos «anti-chinos» en medio mundo.

«La silenciosa conquista china» no esconde las dificultades a las que se enfrenta el Gobierno chino para hacer prosperar un país. El auge de su economía, su sed de recursos, tiene ya un impacto visible en varios puntos del planeta y está provocando desastres medioambientales similares a los que se han producido dentro del propio territorio chino en las últimas décadas.

En Siberia, la tala descontrolada para abastecer el mercado chino destruye anualmente extensiones boscosas del tamaño de Portugal. Pero quizá la parte más polémica del libro es la que contradice la visión compartida por muchos sinólogos, según los cuales es poco probable que China despliegue ambiciones expansionistas a medio plazo. Basándose en ejemplos actuales como el posicionamiento de Pekín ante Tíbet, India o Taiwán, los autores tiran por tierra esta idea y subrayan que el gigante asiático defiende sus intereses con gran agresividad cuando su Gobierno lo considera necesario.

También sugieren que el régimen que gobierna en China no parece tener intenciones de acompañar las aperturas económicas con una paulatina democratización. La pregunta es cada vez más pertinente: ¿cambiará el capitalismo a China o será China la que cambie al capitalismo?