Cataluña
Las preciosas ridículas (un cuento)
En Cataluña, el pueblo desconfiábamos del Gobierno regional y de la oposición porque ambos aparecían mezclados al alimón en todas las tramas de corrupción sin ningún trabajo positivo. En vista de esa desconfianza, Gobierno y oposición decidieron cambiar al pueblo y nombrar uno nuevo. El Constitucional había sido muy benévolo con la chapuza que le habíamos enviado los catalanes y nos había puesto sólo catorce tachaduras de doscientas posibles. Es lo que tenía no haber hecho los deberes: que te los devolvían llenos de tachaduras y correcciones. Pero como la vida política e institucional en Cataluña era pura pantomima, tanto el líder de la oposición (que no había dimitido a pesar de que habían pillado a su padre con dos millones de euros evadidos fiscalmente en Liechtenstein) como el líder del Gobierno (que era precisamente analfabeto funcional para el idioma que exigía a los demás) empezaron a hacer mucho teatro, ponerse esdrújulos y dramáticos como si las catorce tachaduras, en lugar de un éxito de benevolencia con su trabajo mal hecho, fueran una afrenta. Todo ese teatro de histeria lo hicieron a través de su «corralito mediático» que consistía en subvencionar a todos los medios de su región para que dieran una versión de los hechos de su interés. Pero no se los creía nadie porque tanta gesticulación y fraseología exagerada recordaba un poco a «Las preciosas ridículas», aquellos afectados personajes que tan bien retrató Molière, quienes eran las únicas que creían en sus propios hípidos falsos, con el ridículo de que todo el mundo sabía por qué lo hacían. De hecho, la historia catalana tuvo incluso su propio Molière, que se llamó Boadella. La verdad es que la única preocupación real de los catalanes es saber a quién vamos votar en las próximas elecciones regionales con ese panorama generalizado de corruptos, delirantes, pamplinas e inútiles.
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